Con el bebé en brazos, la teta fuera y la soberbia del cohecho…

Triste espectáculo el que la que suscribe ha tenido que presenciar desde la distancia que da una mesa de redacción. El aforo completo de tribuna y pasillos del hemiciclo de nuestra Cámara Baja, la de todos los españoles, me ha obligado a tirar de nuevas tecnologías y recurrir al Canal Congreso para ser partícipe, en un retardado directo, del arranque de esta XI Legislatura de la democracia, la de la policromía y la de la teórica regeneración. Casi hasta me alegro.

La lamentable exhibición de populismo barato y ‘normalidad’ llevada a lo vulgar y absurdo de gente de mi generación me avergüenza. Y no porque considere que llevar un bebé en brazos y «sacarse la teta» sea un gesto soez. Todo lo contrario. Sino por su politización y la chavacanería de emplearlo para vender unos argumentos que tienen como pilar la pérdida de valores y de respeto. Más aún si se emplean en una Institución, con mayúsculas, que abrigó lo que muchos parecen haber olvidado hoy, la ‘Transición’, con mayúsculas también.

Una Institución que se ha convertido en símbolo y ejemplo del paso de la dictadura a la democracia. Una Institución que representa todo aquello por lo que lucharon nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, la libertad. Pero la libertad de verdad, aquella que otorga la sensatez, el conocimiento, la formación, el respeto y las tradiciones. La libertad, no el libertinaje.

Una Institución que recuerdo, de pequeña, mi padre miraba desde el coche y me hacía girar la cabeza para mostrármela desde el orgullo de conocer, y saber, su significado: «mira hija», decía, «las Cortes». Una Institución custodiada por dos leones, a la que ni siquiera aquel día del fallido intento de Golpe de Estado, aquel 23 F de 1.981, se le faltó tanto el respeto como esta mañana de 13 de enero de 2.016.

Señora (con perdón) Bescansa, usted no es más mujer ni más madre que cualquier mujer, señora y madre por renunciar al derecho de dejar a su hijo en la guardería -según la RAE: lugar donde se cuida y atiende a los niños de corta edad; y añado: y se crea empleo- del Congreso para cuyo acceso ni siquiera es necesario cruzar, por fuera, la Carrera de San Jerónimo. Señora (con perdón) Bescansa, no hace falta que nos muestre sus pechos -de los que entiendo y comparto que, como madre, se sienta orgullosa- desde su recién estrenado escaño, puesto que valga la pena recordarle que a quienes nos menosprecia ya sabemos que tiene dos, y también cómo obra la naturaleza durante el periodo de lactancia, el de después de la maternidad.

Tampoco, Señora (con perdón) Bescansa, es necesario que tengamos que mirar perplejos cómo su hijo recorre los brazos de sus ‘coleguitas’ con rastas, vaqueros y forros polares, cual si fuera la falsa moneda, convirtiéndole así, y vaya por delante todo mi respeto hacia la pobre criatura que de nada tiene la culpa, en un mono de feria más mediático que usted. Señora (con perdón) Bescansa, no pretenda ocultar sus carencias y vacíos dando un espectáculo con el que ensucia algo intocable, la maternidad. Señora (con perdón) Bescansa, pese a que lamentablemente en los últimos tiempos nuestra Cámara Baja se ha convertido en el teatrillo del Congreso, le ruego como se deben hacer las cosas, es decir con por favor y desde el respeto, no lo convierta en un circo.

Lo grave es que la vergonzante visión no se acaba aquí. Hay para todos, entre ellos algún ex-pepero que ha hecho gala y soberbia de su condición de aforado, permitiéndose el lujo de bajar las escaleras del hemiciclo de todos los españoles con pérfida sonrisa y vestido de cohecho. A estas alturas, ¡no se yo qué será peor!, si lo de Bescansa o lo del comisionista Gómez de la Serna.

Lo penoso, lo triste, es que viendo lo visto esta jornada que indudablemente marca un antes y un después; esta XI Legislatura, la de la policromía y la teórica regeneración, promete escasas soluciones a la realidad de una España que se paraliza además de por la nueva política de pandereta nacional por causa de, como decía esta misma mañana Guillermo Fernández Vara, socialista y presidente de la Junta de Extremadura, «la pobreza a la que hemos perdido de vista».

Una XI Legislatura, la de la policromía y la teórica regeneración, en la que casi sin empezar, muchos se han olvidado de lo que predicaban en sus arengas electorales, el diálogo, lamentándose además de no haber recurrido más a la crítica y al insulto, armas de la ignorancia. Una XI Legislatura, la de la policromía y la teórica regeneración, en la que habrá mucha arena circense y pocos valores.

Valores sí, señores diputados todos, valores. Valores tan defendidos por nuestros abuelos y tan necesarios para convivir, crecer y evolucionar. No todo vale, ni siquiera a las madres, ni siquiera a los aforados.