No hay que temer a la deflación interna

Si bajan los salarios y el desempleo permanece en tasas exorbitantes, ¿qué es lo mejor que le puede pasar al ciudadano? Que los precios de los bienes y servicios se moderen. Así de simple.

Con los datos del mes de Enero donde nuestra inflación permaneció en un 0,2%, una tasa históricamente baja, y ante temores por parte especialmente de nuestro gobierno de que podamos entrar en una fase de deflación, numerosos economistas nos hemos puesto a pensar qué cosas positivas y qué cosas negativas podría tener una situación similar.

Famoso es el caso de Japón que entra en su segunda década de precios decrecientes en términos medios. A simple vista, esto hace que, a igualdad de condiciones en términos de tipos de cambio, se incremente la competitividad de sus productos en el exterior. La diferencia de nuestra economía con la de Japón es que ellos tienen apenas un 4% de desempleo y el poder adquisitivo permanece relativamente alto. De ahí que las dudas empiecen a surgir entre miembros del gobierno y muchos estudiosos del tema: ¿Qué le puede ocurrir a la economía española en una fase de deflación sin control de la política monetaria (y con ello de los tipos de cambio), en medio de una situación con máximos en desempleo?

Por parte de una buena parte de los economistas se teme que la demanda se contraiga aún más ante las expectativas de que los precios sigan cayendo, con lo que aplazar el momento de compra es algo beneficioso. Este caso, que resulta extraño para nuestra economía, no lo es en absoluto en el sector inmobiliario, donde se acumulan cientos de miles de viviendas (más las que no se incluyen en las estadísticas, que podría ser tranquilamente el doble), en el que el consumidor aplaza constantemente el momento de compra mientras ve cada día como mejoran los precios. Mientras esto ocurre, el consumo de cemento llega a los niveles de 1963 aproximadamente, con la repercusión sobre el empleo.

En mi opinión, que el consumo interno se reduzca aún más cuando estamos a niveles similares de mediados de los años 80 del siglo pasado, es sumamente complicado ya que el consumidor medio ha reducido tanto sus compras que es impensable que lo haga aún más, al menos de forma importante. Más bien, la reducción de consumo está directamente motivada por la disminución del poder adquisitivo (reducciones de ingresos vía salarios, o ingresos de autónomos, incremento de la presión fiscal, aumento del desempleo, finalización de período de prestaciones por desempleo,…), que por una expectativa infundada sobre la conveniencia de diferir el consumo a mejores momentos.

Por otro lado, y pienso que aquí está el meollo de la cuestión, es el Gobierno el que exagera voluntariamente lo negativo que podría ser la situación. Este asunto ya lo expliqué en “deflación interna”. Se trata simplemente de crear inflación, incluso de forma artificial, con el fin de que el ratio deuda/PIB se vaya disolviendo simplemente por el juego de las matemáticas, y no porque el gobierno tome medidas realmente eficientes para corregir la enorme distorsión que un Estado hipertrofiado produce en una economía con altas tasas de desempleo, en medio de una pérdida de competitividad internacional.

Lo peor no es una situación de deflación donde los precios bajen, posiblemente a tasas ridículas, lo peor que le puede ocurrir a nuestra sociedad es tener inflación conviviendo al mismo tiempo con altas tasas de desempleo, una reducción de la renta y un incremento de la presión fiscal, que son las recetas justas que necesitamos para tener problemas de verdad.

Manuel Caraballo Callero
Economista

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