La opinión de Miguel Córdoba… «Releyendo a Maquiavelo»

image002Mediaba la primera legislatura de Felipe González y el entonces Ministro de Educación, José María Maravall, promovía la promulgación de la famosa LODE (Ley de Ordenación de la Educación), con la que se inició el declive del nivel de la enseñanza en España. Después vendría la LOGSE (Ley Orgánica de General del Sistema Educativo Español) en 1990 y ya la cosa no tendría remedio, como hemos podido comprobar en las décadas siguientes.

A los que estudiamos con el Plan de 1957 se nos enseñaban las virtudes del esfuerzo y el hecho de que la capacidad de sacrificio es uno de los activos más importantes que puede tener un ser humano, especialmente cuando has nacido en un país donde a decir de Machado “te van a helar el corazón”, y más aún si te ha tocado ser “españolito de a pie”.

Pero, ¡ay, Pedro!, esa no es la solución, como hemos podido comprobar, y de nuevo te encuentras a merced del crótalo y de la esfinge.

Pero no vamos a hablar hoy de Machado, sino de Maquiavelo. En aquella España del tardofranquismo, los estudiantes buscábamos libros para leer, teníamos hambre de cultura, y procurábamos visitar las bibliotecas públicas para tomar a préstamo manoseados libros con los que salir de nuestra ignorancia. Creo que para nosotros fue una gran suerte que no existieran ni las calculadoras ni los móviles y que tuviéramos que usar nuestro cerebro para sumar, multiplicar o sacar raíces cuadradas. Pienso que eso marca.

A los que estudiamos con el Plan de 1957 se nos enseñaban las virtudes del esfuerzo

Fue en aquella época cuando leí “El Príncipe” de Maquiavelo, y aunque tuvo que pasar tiempo para saber que su inspiración fue Fernando el Católico, he de reconocer que me dejó impresionado la forma de razonar y de intrigar de aquel florentino que vivió a caballo entre el Quattrocento y el Cinquecento. Ello, probablemente, me influenció para buscar siempre todas las aristas de los problemas y tratar de encontrar una solución a priori oscura, pero que finalmente resulta ser la adecuada para que el problema pase a mejor vida.

Pues bien, cuando uno analiza la situación política actual, se pueden sacar algunas conclusiones. Por ejemplo, que Pedro Sánchez estaba cursando el bachillerato elemental cuando se publicó la LODE, y que probablemente en los años siguientes ya se sintió su influencia, lo cual me hace presuponer que no llegó a leer a Maquiavelo. ¿Por qué digo esto? Pues, porque si lo hubiera leído, habría sabido encontrar alguna otra solución al problema que le aqueja.

Veamos, estamos ante un líder presuntamente socialdemócrata que trata de nadar entre dos aguas, pero que no tiene el apoyo necesario para conseguir la investidura. A la derecha tiene a la versión gallega de la Esfinge Maragata, aunque en este caso no esté dispuesto a aceptar un matrimonio de conveniencia, ni sabemos si llegará a retirarse a un convento, como ocurría con los personajes de la célebre novela de Concha Espina.

A la izquierda tiene a un curioso personaje, cuya filosofía política definió Felipe González como “leninismo 3.0”, pero que en mi opinión podríamos calificar de “neomaoísmo”; es decir, que todo el mundo cobre más o menos lo mismo, trabaje o no trabaje, pero en cualquier caso, que sea poco. Se trata de un populista con “pico de oro” que es capaz de aparentar estar en calma, pero que, como le ocurre a los crótalos, en un momento determinado se te puede lanzar al cuello y acabar contigo.

A la derecha tiene a la versión gallega de la Esfinge Maragata, aunque en este caso no esté dispuesto a aceptar un matrimonio de conveniencia

La respuesta de Pedro Sánchez ha sido la de coaligarse con un socio menor, que puede estar más cerca de sus planteamientos, y que seguro que no le va a comer el terreno. Pero, ¡ay, Pedro!, esa no es la solución, como hemos podido comprobar, y de nuevo te encuentras a merced del crótalo y de la esfinge.

Creo, Pedro, que deberías leer a Maquiavelo, y después hacerte una composición de lugar. Tu objetivo es gobernar con un programa de centro, coaligado con tu socio menor que es el que al menos en la actualidad no puede hacerte daño. Bien, esto tiene una fácil solución. Deja que Rajoy presente su investidura, y cuando llegue la segunda votación te abstienes. Contra todo pronóstico, Rajoy sale elegido presidente sólo con los votos de sus 123 diputados, y tiene que empezar a gobernar, vamos que no se besa porque no se llega.

Le dejas treinta días para que forme gobierno y para que se crea que vuelve a ser el rey del mambo. Y a los treinta días le presentas una moción de censura, en la cual tienes 131 votos en contra prácticamente garantizados. Y con ello consigues que Pablo Iglesias esté obligado a hacer lo que no quiere, es decir, elegir entre Rajoy y tú como Presidente del Gobierno. Y no sería necesario que votara a tu favor. Bastaría con su abstención (con lo que salvaría la cara con su electorado) para que 131 votos derrotaran a 123 (no me imagino a los independentistas catalanes votando a favor de Rajoy), y de esa manera conseguirías derrotar a la esfinge, y que se tuviera que ir al convento.

Que no sería fácil gobernar después. Seguro, pero ahí es donde se vería tu capacidad como gobernante, apoyándote en la derecha para sacar adelante leyes económicas y apoyándote en la izquierda para sacar adelante leyes sociales. Eso sí, sin acercarte mucho, no vaya a ser que el crótalo salga de su somnolencia.

La alternativa son las nuevas elecciones, pero te recuerdo que hay un millón de votos de Izquierda Unida que no han producido escaños, y que sumados a los de Podemos, en el supuesto de una candidatura conjunta, supondrían directamente veinte escaños más para la extrema izquierda, por la curiosa aritmética del sistema D’Hondt, y entonces sí, el Sr. Iglesias te pasaría como líder de la izquierda, y te quedarías sin opciones. Y en ese caso, serías tú el que se tendría que ir, sino al convento, sí a alguna Casa del Pueblo.

Hazme caso, relee a Maquiavelo.

Miguel Córdoba

Profesor de Economía Financiera de la Universidad San Pablo CEU

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