Aquellos Españoles perdidos en el Atlántico Norte

Cuando se cumple el centenario del naufragio, Cristina Mosquera, Javier Reyero y Nacho Montero celebran el nacimiento de una obra gestada una década atrás, cuando las tarjetas de embarque de los pasajeros salieron a la luz. Como todo lo que rodea al Titanic, con cuenta gotas a medida que avanzan los años.

“Viajaban por ocio o trabajo, y todos ellos en primera o segunda clase”, explica Montero. El único español de la tripulación de la nave fue Juan Amorós, quien hizo todo lo posible por enrolarse como ayudante de camarero en aquel alarde de vanidad humana que era el Titanic. Quería probar suerte en ese Nueva York de las oportunidades del que hablaban los periódicos. Se manejaba en cinco idiomas y, a pesar de contarle en misivas a su madre que “por Londres todo le iba bien como traductor”, lo cierto es que la maldad de la City no le dejaba cumplir su sueño en Europa. “Para mí-asegura Montero, la de Monros es la historia más entrañable de todas. Con veinte años era el más joven de aquellos españoles y su historia había permanecido en el anonimato hasta que lo descubrimos”.