El viento tiene nombre propio

Un día, allá por el año 84, un joven atleta estadounidense sorprendía al mundo entero en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles al volar sobre la pista del estadio y registrar un tiempo de 9,99 en el marcador. Con esa medalla de oro, el atleta de Alabama se ganó el sobrenombre de “Hijo del Viento”, apodo que le acompañaría durante el resto de su carrera. Cuatro años más tarde, en Seúl 88, Lewis selló un nuevo hito. El velocista revalidó corona en la prueba más representativa de la cita olímpica, algo que jamás había conseguido ninguno de sus predecesores.

 

Veinte años más tarde, en las olimpiadas de Pekín, aterrizaba como un rayo una de las sensaciones del atletismo del momento. Su nombre era Usain Bolt y su procedencia jamaicana. Para el gran público en general era un desconocido, pero un desconocido que ya apuntaba maneras en los mundiales de Osaka. Desde el primer segundo en el que se calzó las zapatillas, algo sucedió en la capital china. El público iba a presenciar el relevo generacional más esperado, y la cantidad pagada para presenciar la final sería insignificante. En aquella ocasión, Bolt paró el crono en 9,72.

 

Desde aquel instante, nadie dudó de que había nacido un nuevo discípulo del viento. Pero cuatro años después, un 5 de agosto de 2012, podemos decir que ese jamaicano no era un simple aprendiz, sino la representación humana de la ventisca. El viento nos había concedido un adelanto con su descendiente, pero en las JJ.OO de la capital londinense decidió que era el momento de hacer presencia entre los mortales, y maravillar al mundo registrando tiempos que nadie puede alcanzar. Sólo uno, sólo él. Sólo Usain Bolt.