15 M: Indignados, o botellón lúdico y ácrata

Como un clásico insólito y singular, actuando como una catarsis, como una purga del dolor acumulado de los defectos que la rabia contiene, el movimiento del 15-M se ha transformado en una actividad más festiva y lúdica que protestona y reivindicativa. Este año, la cosa ha salido menos lustrosa, y no ha tenido tanto tirón ni empuje como se esperaban sus múltiples organizadores.  Pasando a ser más un jolgorio lúdico y fiestero urbano que grupo afín y organizado, demostrando que su libertad y su fuerza han acabado siendo un entretenimiento más que de acontecimiento protestón y alternativo.

Despreciados por unos y apoyados por otros, el año anterior tuvieron gran protagonismo por sus principios libertarios, que basculaban  entre el cinismo y el anarquismo, que suelen tener  similitudes profundamente influenciables y predominantes. Pero el ciudadano de a pie, el que sufre detrás de la cortina de la verdadera indignación donde están las realidades del día a día, ha pasado un poco de largo. Los del 15-M no han sabido transmitir el mensaje codificado y traslucido de la rebeldía popular, al no poder dar solución ni tampoco remedio alternativo, ni animar a seguir por veredas imposibles de andar.

La frustración del: no poder ser y de acabar siendo, para convertirse en una sombra total de la penumbra y de la luz más tenue y oscura, por no poder convencer  y de inspirar credulidad en horizontes de encrucijadas pasiones que  apenas hoy en día nos podemos permitir. No se puede vender un perfume si éste carece de esencia y, este año, la cosa ha olido más a rancio que a flor primaveral de revoluciones indelebles e inmemoriales, ni a Mayos del 68 que ya pasaron de largo. Y la ciudadanía, la que iba por su cuenta y repertorio propio, ha demostrado que sin miedo y sin odio también se puede protestar.

Los indignados en su punto de mira tenían este año a las entidades financieras, dando caña a la banca, que este año ha sido como su mascaró de proa y emblema prioritario.  A la sombra de Bankia,  de la Reforma Laboral, de la sanidad recortada y cada día más alejada del paciente pachucho y enclenque. Añadiendo al saco de sus protestas pocas críticas que ya no sé conozcan,  de una crisis más endurecida que el año pasado, mucho más asentada y, lo que es peor; más asumida y acomodada, como algo normalizado en nuestras vidas cotidianas.  En estos casos y, para no complicarse la vida, lo mejor es leer a Nietzsche cuando uno está triste sin necesidad de salir de casa. Porqué la anarquía (sin k) de los indignados, parece que ha perdido fuelle y se diluye como azúcar en amargo cafetucho de moca descafeinado, pasando a ser comparable al día del: “no trabajo”, y  perdiendo el exotismo y peculiaridad  del año pasado, donde la ciudadanía más popular hizo saltar los plomos por unos instantes del circuito eléctrico político.

Los indignados, esta vez no se han identificado tanto con el personal. Igual, porqué éste no ha percibido esa magia que envolvió aquellos improvisados días del año anterior, donde no se esperaba tanta muchedumbre que se reveló en plazas y ágoras. Porque este año, los organizadores  han errado en su medida y  dimensión de sus reivindicaciones y protestas. ¿Hay tecnócratas dentro del 15-M? Y si los hubiera,  sería bueno conocerlos para poder saber su plan de desarrollo y exposiciones creíbles ¿Los indignados están en contra de los políticos, del sistema, o en contra de todo?

El rechazo al sistema dentro del sistema, del pueblo cabreado y  decepcionado por las restricciones más vivas, y la herida abierta de esta crisis que parece que nunca cicatriza ni cura, ha espantado al ciudadano padre y madre de familia que no han visto clara la cosa. Los indignados hablan en primera persona,  al grito que se oye mudo; con unas performances, slogans y pancartas de lo más ingenioso –eso sí- , pero repitiéndose tanto, han perdido confianza y propiedad de lo que podían transmitir o contagiar. No hay conciencia política, sino  ciudadanos incómodos para expiar y cultivar a esos políticos que no tienen por costumbre pisar la calle.  Y teniendo bastante con la querencia de auparse para ver desde el balcón institucional, qué este año, la cosa no ha ido más allá de la romería y la popular verbena incapaz de arrancar alternativas claras que les incomoden en demasía.
Acampar como el excursionista dominguero no es solución práctica ni toma de la “Bastilla” ninguna. Porque acampar, no es conquistar.  Y aquello de qué: la calle es mía”,  ya hace años que un político de  épocas pasadas la hizo suya. “No hay nada nuevo bajo el sol”, decía Ambrose Bierce. Y esto, les ha pasado a los indignados este año, para acabar siendo sólo un proyecto esbozado y de trazo desdibujado de su pretensión, terminando el repertorio en una discreta cacerolada haciendo ruidos con cacharritos de cocina, y cortando el tráfico de aquellos que todavía tienen trabajo y qué están más cabreados que indignados. Porqué con la filosofía de la

sartén y la escandalosa olla abollada, no se convence a todo un pueblo cansado de injusticias. Corriendo el peligro de qué, el ciudadano,  acabe de creer más a los políticos que a los qué los critican. Pues la ciudadanía, desea soluciones más prácticas y más probables. Y no tener como costumbre darse de palos con la policía, que este año, les han tomado la medida y no han picado a la provocación. Igual, porque en la policía, se conoce que están más organizados y se lo han  “montado más de guai”,  y mucho mejor qué el año pasado que la cosa les pilló por sorpresa.
Este año, los indignados no han sido excesivamente dominadores de cabeceras en los medios de información, ni tampoco protagonistas de excesivos debates. Y comenzar tres días antes del 15, tampoco les ha ayudado. La fórmula, quizás era la de un día concreto y definido,  y  no una especie de romería que se les ha ido deshinchando al paso de los días andados, quemando mecha antes de qué  ésta llegara al artificio popular y  entretenido, más de confeti azucarado que de sabor revolucionario, para acabar percibiendo esa sensación amarga que han dejado este año.

Los organizadores del 15-M, igual deberían ya plantearse una visión y modelo  más de emprendedores qué de “quejicas” por vicio y defecto.  Porque una paralización absoluta de un país, no es la solución de vencer a esta crisis endémica que ya dura más de lo saludable. Y para pasar el rato ocioso del lúdico  fin de semana, no hace falta detener un país, ni amplificar el miedo de  los que tienen trabajo y que luchan por conservarlo. Los indignados no son una tribu, sino un grupo desorganizado donde cada cual ha acabado siendo sombra de su propia silueta.  Los indignados no son una alternativa a las urnas, ni por asomo, no perdamos la perspectiva.

Pues emerger con más ideas que quejas, también sería una manera de participar y de manifestar la indignación que todos sentimos como impotencia de nuestras ausencias. El espíritu del 15-M puede que esté vivo,  pero las reglas del juego carecen por su ausencia, y sin manual de instrucciones, es como ir dando palos de ciego por avisperos de colmenas urbanas, donde el malabarista y el mimo son espectáculo puro, pero no solución ni fabrica de ideas e iniciativas, de un sistema quizás cansado y agotado de tanta queja y lloriqueo.

Disolviéndose discretamente poco a poco, para al final, quedándose  el mimo imitador y parodista sólo, y ganándose unos cuartos para que no le roben su futuro. Este año, el asambleísmo ha exhibido una ineficacia organizativa, donde el olor a sustancias cannabinoides, litrona pasada  con espinas en la mano  y  tiendas de campaña colgadas de los árboles a modo de casas colgantes de Cu
enca, no han convencido ni a los turistas más fascinados y maravillados, que han preferido hacerles fotos a la clásica Sagrada Familia o monumentos más armoniosos y tradicionales, y emborracharse por la Rambla abajo que es costumbre más sana. Porque estos, suelen venir a divertirse y a pasárselo bien, y no a meterse en berenjenales políticos ni líos que les amarguen su entretenida estancia.

Lejos del asambleísmo más racional y coherente,  este año han cojeado de un problema aparente; que es la ineficacia organizativa, donde muchos han ido a su bola y sin medir  la distancia que hay entre las ganas de provocar una alternativa viable y la del sentido común, del ciudadano cansado y preocupado por llegar a final de mes y que no está para muchos folklores ni hervideros de botellón ni fumadas populares. Y el verdadero indignado, el que sufre con su carencia de empleo o el trabajador cuyo sueldo es discreto como la hiedra,  ha acabado  pensando aquello de: no soy de nadie, soy del viento.
 

Sergio Farras, escritor tremendista.