2.500 benditos

Ayer a les decía que somos unos primos. Hoy voy a relajar la pestaña, un poquito, sólo lo justo, para cambiárselo por otro término: benditos. Porque mira que hay que ser bendito, ya que no primo, para montar el debate nacional en torno a la limitación del pago en efectivo a 2.500 euros. Somos así, guerracivilistas chusqueros y tertulianos de barra de bar. En cuanto tenemos un trasto que echarnos a la cabeza, disparamos; y después preguntamos.

Y entre desplante, tiro de carronada y carajillo, compramos la zanahoria que nos ponen delante del careto. Pero ni nos pispamos del palo que nos están pegando en forma de cortina de humo. Precisamente, para que no le dediquemos demasiadas neuronas a anticipar el palo, el gordo, el de verdad, que nos van a meter entre pecho y espalda a base de impuestos, recortes y una tomadura de pelo detrás de otra hasta que acabemos todos, además de primos y benditos, calvos de ingenuidad.

 

Años atrás Zapatero prometió 2.500 euros por zagal nacido. Nuestros mandarines le tienen vicio a la cifra: 2.500. Les debe sonar bien. Redonda. Y punto. Porque, como medida, el ingreso fiscal se estima en 8.100 millones. Ya ven, tanto como el primer Plan E, el de 2009, y 100 millones de propina. Si aquello no levantó este país, imagínense esto, con la de chirigotas que ya llevamos cantadas.