Analogía de las agencias de rating y los Caballeros Templarios

En este siglo XXI, igual, como una analogía y semejanza de las artes de su servidumbre, los nuevos “Templarios”, igual van disfrazados de agencias de calificación de riesgos, que andan por los caminos inescrutables de las finanzas y las entrañas económicas de los gobiernos, que ellos creen endemoniados y como cosa resultante del mal y la imprudencia desmedida. Estas agencias van por el mundo calificando y atribuyendo tasaciones a determinados productos financieros o activos sospechosos de algo, convirtiendo las crisis económicas que vivimos, en las cruzadas contemporáneas de hoy en día. Aquí, el Santo Grial a proteger, pudiera ser el poder que otorga el dinero, relación de semejanza con la vida eterna que pudiera tener algún alma de bronce rebozada por el estrago de la codicia: “Quien beba de él, vivirá eternamente aunque sea en unos fríos dígitos de una suntuosa cuenta bancaria para toda la eternidad.” El alma y el dinero. Qué triste, que sepelio.

Los grandes Maestres de la economía mundial, cabalgan a través de la fibra óptica y las ondas que van por el ancho cielo, rechazando los antiguos caminos empedrados de antaño por ser fructuosos y vanos. El peregrino de hoy en día, en sus limitadas “rentas” tiene su castigo y su purga.

No es bueno estar endeudado con estas órdenes, porque tanto te quitan una “A”, como que te ponen tres. Se conoce, que esto va según la gracia y misericordia del preceptor de turno, que es el encargado de ponderar tal tutoría subjetiva de las rentas mundiales.  Estas agencias son responsables de vaticinar las artes de todo un sistema socio-económico sin precedentes en la historia. Llamadas también empresas de rating, que a priori, analizan el riesgo de impago, el deterioro de la solvencia y otras virtudes o defectos que devengan de analizar unos usos y abusos, dando toques de atención a los ratios más perezosos y poco virtuosos. Cabalgan a la caza y persecución para el que presta como para el que toma prestado, a lo que llaman eficiencia del mercado. El Oligopolio, cuyo funcionamiento es un mercado  el cual, es dominado por un pequeño número de vendedores o prestadores de servicios. ¡Ríase usted del monopolio!
Los ricos de hoy en día; los de verdad, son los antiguos nobles  y consortes que protegían los Templarios al uso medieval de su época y costumbres. Y estas agencias de hoy en día, modernizadas por la tecnología más controladora y supervisora, son guardianes de sus riquezas y virtud de su poder, pues la paciencia suele ser la gran medicina del poderoso. Los grandes bancos -tesoreros templarios- actúan como templos del dinero, mientras que los pequeños inversores y los curtidos  y sufridos trabajadores, son los peregrinos del enrevesado camino que es custodiado por estos Caballeros de la santa codicia.
Para ganarse el cielo, antiguamente los peregrinos hacían donaciones de buena gana, -de lo que hoy se llama impuestos-, algunos interesados en ganarse el cielo, otros para no tener problemas y quedar bien con la Orden. Hoy en día, la mayoría de ciudadanos están interesados en ganarse el pan y no tener problemas con el casero o con el banco. Lo de quedar bien, queda un poco más a la conciencia y sentido de cada uno.

Tras la caída de Roma, los templarios, en su vertiente económica, fueron los primeros banqueros, a sabiendas de la escasez de moneda en la vieja Europa, y ofreciendo en sus tratos e intereses mucho menos usura que los ofrecidos por los demás mercaderes. Y ahora, en el siglo XXI, Europa está tutelada por estos comendadores de  mandamiento moderno,  volviendo al peligro del feudalismo clásico y sujeción al servilismo más ruin.

Tachados de dudosos auditores, igual con dogma que no viene del justo cielo, sino de despachos más próximos y terrenales y mucho más a la vista, pudiendo dar también calificaciones engañosas y desorientadoras que pueden llegar a confundir y alterar los mercados a su gusto, dando la mala reputación a diversas empresas calificándolas de “rameras” si lo desean, y dejando gobiernos medio “lelos” y a carne viva, como si fuesen repúblicas bananeras. Su labor de información, de transparencia ambigua y entrañas de sus sombras, entabla las sospechas de unos usos y abusos. Y como verdugos, van buscando herejes empresariales y gobiernos dados a la carencia de la confianza  y fe de la credulidad. El resultado, suelen ser despidos masivos. O sea; que es el trabajador aquí, el que vuelve a hacer el rol de peregrino y  de sufrida criatura. Se conoce, que el trabajador ha interpretado diversos papeles y roles por el paso de todos los tiempos históricos. Eso sí, todos ellos normalmente representados por el martirio y la penitencia. Aunque el miedo no suela pasar por el alma sino por la mente.

La triple “A”, es como marcar a fuego el cielo o el infierno de una nación, siendo capaces de arrancarles de cuajo el estado del bienestar, conmutándolo por el toque postrero y terminal donde actúan como anclas clavadas en el suelo, quedando el árbol del progreso y el desarrollo desnudo y sentenciado, como un tronco que va a la hoguera. Estos nuevos caballeros guardianes modernizados, ni restañan heridas ni corrigen el mal, pues en su condición de verdugos y de sus juicios bizarros, reside la malevolencia de sus opacos ventanales; como en pozo oculto, que nunca refleja con claridad la esencia del dinero, más o menos adornada por la turbia avaricia, que no suele ser virtud sino defecto.

Escondiéndose en opacas sociedades; guardianas de sus misterios, que no son sino, una lápida de sí mismos. Inventándose las emisiones de deuda que pueden convertirse como una trampa y tortura. Pues estas emisiones, pueden forjar de barro miserable la estatua preciosa de la vida a través de su política monetaria amortizable y perpetua. Pues la encomienda y la banca son el poder económico geopolítico. Emitir deuda como si fueran caramelos es veneno cuya toxicidad no halla cielo ni infierno, pudiendo intoxicar la disminución de recursos y frenar a la financiación  A sabiendas, de que si no hay viento, los molinos no giran.

El artículo  X del código Templario decía lo siguiente: “En el Domingo, así a los Caballeros, como a los capellanes, se les dé sin duda los manjares, en honra de de la santa Resurrección; los demás sirvientes se contente con uno, y den gracias a Dios”. Así, nos podemos ver los ciudadanos de países desarrollados, que mustio el estado del bienestar, volvamos a creencias y preceptos medievales muy dados al dolor humano y a la poca clemencia. Y que no suelen casar con las políticas sociales ni de  empatízar con la pobreza. La tierra es muy grande, pero corremos el peligro de que quede en manos sólo de unos pocos.

No se sabe si hay dogmas o asociaciones de eternidad enclaustrada y de infinito poder más allá del mundo que conocemos, ni ordenes secretas en este siglo XXI que nos aprisionen junto a la roca como un mar sin orillas. Pero este principio de milenio, de avara piedad, hace palpitar las finanzas anhelantes que van sin rumbo con no poco dolor. Y estas agencias, al final no se sabe si acabarán como los miembros de la Orden Templaria; torturados y posteriormente quemados en la hoguera. Sea como fuere, las pintan bastos y caldeados.

Algunos “peregrinos”, han vuelto al rezo y la plegaria porque les confunde el sueño de sus rentas, aún sabiéndose ateos e impíos, no sea que se pongan en efecto los pensamientos y dictámenes del saber inmaduro de estos esmaltadores de la economía subjetiva, que señalan con el dedo que aprieta sobre la llaga porosa que difiere en estos tiempos. Mientras,  aunque poco sepa del destino, le pregunto a mi razón: ¿dónde están el bien y donde está el mal? Más; tú sabes peregrino, que el cauce es corto y umbroso. Y  al final de cada senda hay una cansadora meta que el mortal la  confunde con el sueño. Y
si nos siguen marcando a dedo para dejarnos sin rentas; sin dineros, y sin poder pagar hipotecas, un resto de piedad pediremos a estos “Templarios” de la economía mundial actual para que una voz, como la de Lázaro, esperaremos que nos diga: «¡Levántate y anda ciudadano de esta crisis profunda!».

Sergio Farras, escritor tremendista