Escenas de la vida en provincias

El texto anterior, es el comienzo de una obra de ficción de un autor tocado, al igual que Balzac, con un especial talento para contar historias que dibujan en nuestro cerebro la maravilla de la vida cotidiana de la especie humana. Nos gusta leer, porque de esta forma jugamos, en soledad, a ser “otros”. El territorio preferido del lector son las horas de vigilia cuando escapamos de las diversas jaulas sociales en las que se desenvuelve nuestra existencia. Como nuestra vida en común está conformada por una serie de actuaciones, frecuentemente aburridas e impostadas, el juego de la ficción nos divierte y se transforma en un reducto soberano del individuo.

 

Cuando leemos o cuando vemos una película jugamos a vivir otras vidas, siendo otros personajes. Cerebralmente, esto lo hacemos poniéndonos en el lugar de los protagonistas, no racionalmente, sino emocionalmente, sintiendo como ellos a través de un proceso de contagio emocional propiciado por las palabras y por las imágenes. De esta forma vamos acumulando “realidades” a nuestra existencia, que se suman a las diversas máscaras que presentamos en nuestra vida diaria en sociedad, y a las realidades que mantenemos ocultas en nuestro cerebro y que a veces no nos contamos ni a nosotros mismos.

 

La vida social exige que el individuo sea poco más que un actor dotado de un conjunto de competencias, lo que requiere que el ser humano sea estructuralmente insincero, cuando participa en los diferentes papeles y roles que va desempeñando a lo largo de su existencia. Un ejemplo espectacular de esta insinceridad estructural nos lo proporcionan los estudios que demuestran que la fantasía más común durante el coito consiste en imaginar que se practica sexo con otra persona.

 

El cerebro humano está lleno de avaricia cognitiva y a menudo elige los caminos más rápidos, más cortos y de menor coste para el conocimiento. La consecuencia de esto es que los individuos estereotipamos incluso las relaciones más próximas, manejándolas con el suficiente automatismo como para que no se rebasen determinados límites de superficialidad. Los roles que desempeñamos, protegen nuestra individualidad frente a otros, pero acaban aburriéndonos. Con el paso del tiempo nuestra relación con nuestros roles (por ejemplo: marido, rey Borbón, diputado o empleado de Bankia) se agota y evoluciona ineluctablemente desde la sinceridad al cinismo. Por eso nos divierten las películas, las novelas, y Belén Esteban, porque nos hacen vivir en lo más recóndito de nuestra individualidad, y temporalmente, otras vidas. La relación de cada individuo con sus roles y con sus ficciones secretas es la esencia del YO.

 

Otra de las características que ha propiciado, a lo largo de la historia de la humanidad, la existencia de novelistas y guionistas de cine, es la necesidad de sentirnos coherentes en nuestra vida, lo que se ha venido consiguiendo históricamente contándonos novelas y relatos de ficción que reafirmaban los valores morales de la sociedad. La historia, la sociología, la política o la ciencia económica están llenas de este tipo de relatos llenos de sesgos a posteriori, correlaciones ilusorias o sesgos retroactivos.

 

Este intento de creer que vivimos en un mundo coherente y racional tiene una base biológica y se produce incluso en los sueños, cuando la corteza cerebral intenta de construir un relato sensato, divertido o desconcertante con las señales que mixtas que proceden del tronco cerebral. El cerebro humano nos representa una realidad manipulada y los actos de comunicación no son una excepción.

 

Los individuos no siempre nos damos cuenta de que somos meros actores sociales y de que la sociedad nos consiente nuestro papel de una forma meramente funcional. En el mundo financiero es muy común que los ejecutivos aparenten tener cualificaciones especiales y que no reconozcan que ocupan su puesto de trabajo meramente porque parecen ejecutivos, porque desempeñan correctamente la ficción provisional en la que consiste su rol.

 

Kenneth Lay, Bernard Madoff, Nick Lesson, o Elena Salgado recibieron un reconocimiento provisional de la sociedad que fue un mero consenso temporal, para ser considerados ejecutivos. Tan pronto como se desviaron del guion que el papel exigía, la sociedad les retiró su reconocimiento. También es muy común en el mundo de los ejecutivos la idealización de su papelón, de forma que tratan de hacernos creer que hay motivos ideales para que ocupen el puesto de ocupan.

 

El cerebro humano tiene como misión evolutiva sobrevivir. Este enfoque cerebral implica la sobre ponderación de los acontecimientos más recientes (de los que ha dependido evolutivamente nuestra salvación) frente a los hechos del pasado más lejano.

 

La primacía de lo inmediato, junto con la insinceridad estructural humana y la necesidad de forzar una visión coherente de nuestro entorno nos ponen en muy malas condiciones para resolver los problemas y las crisis que se gestan en periodos plurianuales largos. Por eso hemos etiquetado estas situaciones con el nombre de ciclos y tendencias.

 

Cuando la sociedad vive una crisis, es frecuente que haga responsables a algunos de sus actores principales de la totalidad del guion. Así es como resuelve la incapacidad que tiene el entramado social y las herramientas de comunicación para tratar los grandes ciclos temporales. A posteriori, los historiadores o los novelistas como Balzac tratan de hacer un poquito de justicia.

 

En el caso de Bankia la película debió de comenzar hacia 1995, alcanzando un punto de no retorno hacian mayo de 2006 (Informe de la Inspección del Banco de España alertando sobre desecilibrios fundamentales de los balances bancarios) o julio de 2007 (compra por 815 millones de € la Torre Repsol).

Las máscaras de altos ejecutivos financieros que han disfrutado Miguel Blesa, Rodrigo Rato o Miguel Ángel Fernández Ordoñez, estos años, van a saltar por los aires, destrozadas por la misma sociedad y por los mismos espectadores que a lo largo de los últimos quince años cooperamos en mantenerlas, como una realidad meramente funcional.

 

Nuestra necesidad de dar coherencia a los acontecimientos de la existencia humana nos lleva a crear realidades inventadas. Una de las formas más toscas y perezosas de dar coherencia es atribuir a los actores la responsabilidad del guion de la película. De hecho, es bastante probable, que una de las mascaras financieras con más solera de la España democrática, la de Emilio Botín, salte por los aires
en breve y le retiremos colectivamente el reconocimiento que, de forma falaz, temporal y artificiosa le habíamos otorgado como gran banquero del reino.