Maracaná, Taksim, Tahrir

Ayer medio mundo que se quedó a vivir en el siglo XIX, y otro medio que haría mejor naciendo en el XXII aguardaba con el corazón en vilo, qué sé yo, que los Manololamas y Joseramondelasmorenas que por el mundo hay se pusieran en pie, alzaran el puño y gritaran aquello “no voy a seguir aguantándolo”. No solo eso, sino que esperaban también, ilusos míos, que varias decenas de millones de analfabestias que en el mundo hay cambiaran el mando a distancia por la banderola militante y el copazo en copa de balón por el tirachinas, la barricada y el cóctel molotov, en solidaridad con los manifestantes de Brasil. O los de Egipto. O los de Turquía.

Y no. Va a ser que no. Que hasta los jacobinos, los bolcheviques y los nazis, que son de los pocos que han hecho sentir miedo de verdad a la clase dominante, han tenido amigos influyentes que les auparon a los altares de la épica primero y del autoritarismo después. ¿Tienen amigos influyentes los enaltecidos de Maracaná? ¿Y los de Taksim? ¿Y los de Tahrir? Porque razón ya sabemos que tienen. Pero este mundo, de los asirios a esta parte, no lo rige la razón, sino el dinero, contante y sonante, y las armas. Menos samba romántica, e máis trabalhar la sangre. De otra forma tendremos fotos en Twitter, pero no cambio de época