Panorama desde ninguna parte

Pero por si faltaba algo, aparece la cuestión de Cataluña. Asombro causa el ver como se produce un desafío al Estado por la misma persona que es su representante ordinario. Reaparece ese nacionalismo negativo del que Madariaga, en su libro sobre España,  decía ser “consecuencia natural de su psicología española”.

Esta situación, increíble pero cierta, exige algún tipo de pedagogía colectiva que explique la verdadera dimensión del problema y separe lo verdadero de lo falso Y ahí esta el tema de la Constitución. Cuando creíamos que era la solución, resulta que se convierte en el problema. Como interpretarla, como adaptarla o como modificarla. ¿Y por qué no cumplirla? Y desde las columnas de los periódicos, desde las tertulias de la radio y desde las palabras de los políticos se apuntan soluciones improvisadas como si hubiera un vademécum político con respuestas para todo.

De nuevo aparecen los demonios nacionales como recordatorio de una inmadurez política que ha llenado nuestras bibliotecas de Derecho de innumerables textos constitucionales . Todos fueron soluciones a problemas del momento que después se convirtieron  también en problemas. Y ahora, cuando este año conmemoramos, sin tirar demasiados cohetes, el centenario de aquella gloriosa Constitución de 1.812, es bueno recordar que en esa misma centena se dieron una decena de textos  distintos, sin contar estatutos, pronunciamientos ni leyes dictatoriales.

Todo un record. Y entre tanta Constitución pasada, alguna hubo que quiso ser una solución federal, de la que ahora se habla. Era el año 1.873 y aquel proyecto constitucional declaraba la república como forma de gobierno y consideraba una España formada por 17 Estados,  ¡que casualidad con el 17!, entre los que había dos Andalucías,  la Alta y la Baja,  además de  los territorios de ultramar de Cuba y Puerto Rico. Pero sólo duró hasta la restauración monárquica en 1.876.

Pero volvamos a nuestra realidad. La crisis de nunca acabar y la voracidad política catalana están produciendo un tremendo desgarro en nuestro sentir emocional. Hay una hartura de hechos negativos que hace que el ciudadano se desentienda de los problemas girando a la izquierda los interruptores de volumen, pasando directamente a las páginas de los deportes o alimentando un anticatalanismo visceral que no responde a un verdadero sentimiento. O a salir a la calle y ponerse detrás de las pancartas. Todas son respuestas a este desconcierto colectivo sin horizontes de esperanza.

Esperanza que hay que recuperar,  porque si no, en palabras de ese gran filósofo americano que es Thomas Nagel nos tendremos que plantear la pregunta ¿Qué panorama se ve desde ninguna parte?

José Antonio Saldaña Peña