Risk, ajedrez y parchís

 

Les voy a confesar una de mis debilidades de cuando era un renacuajo. Y cuando digo confesar es porque sé que es inconfesable que con taitantos agostos a mis espaldas lo siga haciendo. Verán. Me encanta echar partidas al ajedrez y al Risk contra mí mismo. Es una delicia eso de saber que las blancas llevan ventaja, y hacer como que las negras no se enteran, o dejar que el ejército azul le robe Kamchatka al rojo, a ver si el rojo de una vez arranca El Pardo o El Escorial al azul.

Pues tengo para mí que con la crisis es igual. Que los Gobiernos de medio mundo, pero en especial los de este país tan de tablero de parchís, de me como una y cuento veinte, de puentes de aquí no pasa nadie y de los premios son para quien mete ficha, se están echando a sí mismos unas partidas de ajedrez que ríete tú de los grandes maestros rusos.

 

Porque, nos digan lo que nos digan, saben quién parte la pana y quién carda la lana. Saben que en unos años no habrá seguro de desempleo, ni Educación ni Sanidad públicas y gratuitas, ni nada que se parezca al Estado del Bienestar, salvo los impuestos para financiar a quienes nunca van a decir cuánto han dilapidado jugando a ser dioses del mercado. Saben mejor que nadie cómo va esta partida, pero están tan hechos a hacerse trampas, que para hacérselas al personal ni siquiera necesitan pedir permiso.