Tarjeta roja y expulsión

 Qué Nochevieja la de 1985 con los muñecos de José Luis Moreno y Mari Carmen lavándonos el coco para que aceptáramos como gran noticia lo que no era más que hecho inevitable. O aquella esclavitud a largo plazo, u otros 40 años de espléndido aislamiento.

 

El debate europeo se llama ahora mismo expulsión. Bruselas amenaza con expulsar a Chipre, y aquí en casa Bárcenas amenaza al PP con sacarle los ojos después de haberlo expulsado. O sea que casi lo mismo: unos tiemblan de miedo porque no tienen para pagar los platos rotos del pelotazo mundial, y son los pequeños de la clase; y otros están temblando porque el pelotazo interno se les escapó de las manos y ahora el Gran Leviatán les arroja sus ángeles caídos.

De lo cual se aprende dos cosas. La primera, que los matones del barrio con cara de amigo son tan de fiar como los fontaneros de partido: en cuanto te despistas, como el toro que decía Jesulín de Ubrique, zas, te la clavan. La segunda, que si no tienes claro de dónde te viene el dinero, ni con quién te lo estás gastando, ponerle fin a la aventura sale demasiado caro. Y si lo sabes, además es de vergüenza torera. Tanto si te llamas Nicosia como si te llamas Mariano Rajoy.