Seis triple, vas a casa

 

Si me leyeron ayer (y si no aquí tienen el antídoto), sabrán que me dio por hacer paralelismos entre nuestra idiosincrasia de Trafalgar y el juego del parchís. Y la verdad es que el experimento me gustó, supongo que por hacerlo fuera de casa y sin gaseosa. Así que hoy me propongo enfilar como las cabras al monte y rematar la metáfora que ayer les dejé abierta, más allá de los puentes, el faroleo de contar veinte por comerte una, y el premio para quien mete ficha.

El juego de marras nos va como anillo al dedo. Verán, si en esta tierra cainita a uno le da por emprender y jugársela a sacar seis, primero se va a encontrar a sus family, friends and fools jaleándolo, “venga, chico, que tú puedes”. Pero ay del incauto que se lo cree y vuelve a por otro seis. Tendrá el hocico fiscalizador olfateándole sus reales. Y si por ventura se cree con derecho a otro seis, le darán el alto y lo enviarán de vuelta a casa con el rabo entre las piernas.

 

Si por el contrario uno va de laboriosa hormiguita y sin incordiar a nadie, no faltará quien le pise los talones a ver si lo pone de patitas en la calle, que el despido no sólo ya es gratis sino que suma puntos en la ética de este capitalismo chapucero. Y salir del paro será una lotería: o saca un cinco o seguirá mirando como un pasmarote la catarsis colectiva e histérica, a la que el respetable se entrega en orgiástico frenesí. Así somos. Qué país. Qué parchís.