En 2014 se pondrá de manifiesto que, a pesar del paso de los siglos, su obra sigue vigente en los movimientos artísticos actuales. El Greco 2014 va a contar con buenos conocedores de la obra del artista como el catedrático Fernando Marías, Leticia Ruiz, Javier Barón o el hispanista norteamericano Jonathan Brown.
Murió un 7 de abril de 1614 sin testamento, apenas sin dinero pero con una extravagancia poco dada entre los artistas, considerados entonces como artesanos: una capilla funeraria privada en la iglesia de Santo Domingo el Antiguo donde dejó ‘La adoración de los pastores’, obra comprada por el Museo del Prado en 1954. Pero ésta fue solo una de las excentricidades de El Greco, que no dejó nunca de lado los pleitos y los desafíos. Ya ven, ni tan si quiera tras su muerte. “Fue orgulloso e irascible, era capaz de pleitear con amigos si no estaba de acuerdo con lo que querían pagarle”, cuenta Fernando Marías en su libro El Greco. Un pintor extravagante.
Llegó desde Italia a Madrid y se pasó después a la ciudad imperial, donde el halo era contrarreformista y tremendamente religioso. Hablar de la Contrarreforma Católica, es hablar irremediablemente del arte de El Greco. Del Concilio de Trento salieron puntos vitales para los católicos, que de manera indirecta también marcarían la pintura del griego en Toledo y toda la pintura española.
La producción artística del pintor estuvo dedicada casi en su totalidad a representar Santos, que eran los que intercedían por los hombres ante Cristo. Es justamente esto lo que plasmó con gran maestría: la irrupción de la vida celestial en la vida terrenal, sin saber dónde están los límites de cada uno de estos cosmos. Buen ejemplo de ello es la parte inferior de ‘El entierro del Señor de Órgaz’ en el que San Esteban y San Agustín bajan del cielo con gran solemnidad y respeto, a poner el cuerpo del caballero en su sepulcro. Una obra en la que se autorretratará junto al resto de caballeros, siendo el primer artista español que se pinta a sí mismo en sus cuadros.
Buscando la belleza de manera continua, evitaba la sangre y el sufrimiento, prefería vestir a los divinos seres con atuendos contemporáneos. Un aspecto formal que provocaba feroces críticas entre los teóricos contrarreformistas que no aprobaban la apariencia humanizada de seres celestiales y le acusaban de no mover las emociones religiosas. El Greco causó entre sus conciudadanos tanto rechazo como fascinación. “¡Loco El Greco! Hemos llegado a la conclusión de que esta locura se la han atribuido los mansos, gente de testa cerrada y corta de entendimiento”, gritaba Santiago Rusiñol desde la francesa Isla de San Luis.
Llegó a Madrid y la recién estrenada Corte no le acogió como él anhelaba. Buscaba la protección de Felipe II, convertirse en su pintor habitual pero el rechazo del monarca fue inmediato. Se le encargó el ‘Martirio de San Mauricio’ para el Monasterio de El Escorial y entregó la pintura en 1584. Al verlo, el beato rey le pagó 800 ducados y rechazó su obra. Curiosamente, esta pintura de grandes dimensiones no estará en la gran muestra El Griego de Toledo.
Este rechazo desvaneció las esperanzas de El Greco y decidió poner su taller en Toledo, intentando adherirse a una sociedad que no siempre le entendería. De su local saldría una producción basta que no siempre se puede atribuir al pintor. Rafael Alonso, restaurador del Museo del Prado habla de un hacer muy especial de El Greco: “Con solo cuatro pinceladas creaba con gran complejidad. Cuando es un Greco se ve perfectamente y cuando no, las cosas no se ven tan claras”.
Los genios son inconfundibles ¿Acaso no serían capaces de diferenciar una obra de El Greco entre mil? Es lo que los teóricos llaman las señas de identidad “involuntarias” que permiten seguir el rastro de los artistas. Huellas imperceptibles al ojo, pero inconfundibles en el análisis que permiten diferenciar sus pinturas de las de su taller.
Leía el artista a Vitrubio y apuntaba notas en los márgenes con sus reflexiones. Unas citas que más tarde se convertirían en un tratado redactado y que evidenciaban aspectos muy llamativos. El primero de ellos, el hecho de que el pintor guardara silencio sobre la función religiosa que se le exigía a la pintura entonces. Y digo que es curioso, por dos cosas. La primera es que fue el pintor por antonomasia de la encarnación del misticismo español. Y lo segundo, recibía los encargos, no solamente por parte de los nobles toledanos, sino de la mismísima Archidiócesis de Toledo. A priori pueden parecer dos datos más, pero piensen en una España, “la más” católica de Europa, que hace encargos religiosos a un pintor que no hace alarde de sus creencias religiosas. Podemos interpretar esto como un gesto de admiración del arte de El Greco por parte de sus mecenas, a pesar de su escaso fervor íntimo, aunque buen conocedor de la iconografía cristiana.
El Greco, patrón de vanguardias. Sus composiciones complejas y el uso del color se convertirán en el arquetipo que sentará los precedentes de los movimientos de las vanguardias históricas. Eduard Manet vendrá a Madrid y conocerá la obra de El Greco y se preguntaría quién era este genial pintor.De hecho, muchos impresionistas serán los que tenían entre sus colecciones privadas obras del artista de Toledo.
El pintor Ignacio Zuloaga lo descubre en 1887, en el Prado y se convierte casi en su Ápostol, tanto que supuestamente dejaba de comer para poder ahorrar y comprar un “Greco”. Un día Rusiñol compró dos “Grecos” de la colección Pablo Bosch: una ‘Magalena Penitente’ y ‘Las lágrimas de San Pedro’. La llegada al piso donde vivían en París de estas dos obras, casi hacen enloquecer de alegría a Zuloaga que amenazaba con romper todo a puñetazos si no se hacía hueco.
Picasso reconocerá que su primer maestro había sido El Greco y que él había sido el que había inventado el Cubismo. Y no digamos del rastro que deja en el Expresionismo alemán, que hasta los germanos se quedan obsoletos en su modernidad ante el maestro del siglo XVI.
Conocido como un personaje arrogante, defendió fieramente la independencia del artista y el reconocimiento social de su genialidad, no el mero pincel de un artesano. No mostró humildad a la hora dignificar su arte, firmaba todas sus obras como Doménikos Theotokópoulo, con caracteres griegos que le identificaban como artista y como autor cretense. En esto también fue un transgresor. Su firma le garantizaba su autoría única como creador e intérprete. En resumen, estamos ante el copyright contemporáneo.