Desde la agencia especializada en estudios en el extranjero iEduex, indican que el año 2025 podría ser recordado como el del fin del amateurismo en el deporte universitario estadounidense. La NCAA, la principal asociación del deporte universitario en EE. UU., prevé importantes cambios para el próximo curso. El más destacado, la remuneración de los estudiantes-atletas, un cambio que sacudiría los cimientos del deporte universitario en este país.
Esto podría tener enormes repercusiones para todos los implicados. Para las instituciones educativas, para las competiciones en sí… Y sobre todo, para los propios estudiantes, que en primera instancia (y en especial en los deportes más destacados) verán sus ingresos aumentar como la espuma. ¿A costa, eso sí, de “sacrificar” el espíritu amateur que sustenta todo este modelo?
De los derechos de imagen al reparto de beneficios
La clave indiscutible de funcionamiento del deporte universitario ha sido, desde sus orígenes hace ya más de un siglo, el amateurismo: los deportistas universitarios no pueden ser profesionales, es decir, no pueden ser remunerados por sus actividades deportivas (que, simplemente, son una más entre sus actividades académicas).
Pero desde 2016 se suceden las demandas judiciales de los estudiantes-atletas reclamando una parte de los ingresos generados por dichas actividades deportivas. En enero de 2024, por fin un juez dio la razón a una de estas demandas, abriendo la puerta para que unos 14.000 estudiantes universitarios puedan ser indemnizados por lucro cesante en concepto de esponsorización. Unos 3.000 millones de dólares, nada menos.
Ante semejantes cifras, la NCAA está llegando a acuerdos con universidades y conferencias para crear fondos económicos con los que los centros educativos puedan remunerar las actividades de sus estudiantes-atletas. Se habla de unos 20 millones de dólares por universidad; por el momento las grandes conferencias (Big Ten, Big 12, Atlantic Coast Conference, etc.) ya han aceptado.
Desde la óptica de los estudiantes
Todo este asunto arranca a principios de la pasada década; ante los monumentales beneficios generados por el deporte universitario (el país entero sigue en las grandes finales del fútbol y el basket universitarios) muchos estudiantes-atletas, con Ed O’Bannon a la cabeza, se plantearon por qué no recibían ni un dólar en concepto de derechos de imagen cuando, por ejemplo, aparecían en un videojuego.
En Estados Unidos el deporte universitario mueve grandes multitudes y grandes cifras.
El debate radica en si el deporte competitivo que se desarrolla en las universidades y colleges estadounidenses puede ser considerado como una especie de “actividad extraescolar” que se realiza por afición. Lo cierto es que, para ser un pasatiempo, genera enormes ingresos tanto a las asociaciones como la NCAA como a las instituciones académicas.
Hasta ahora, los estudiantes con talento deportivo vienen recibiendo becas para costear total o parcialmente los gastos asociados a los estudios superiores, empezando por la matrícula. Por otro lado, que las universidades ofrezcan becas a unos 180.000 estudiantes por un importe que roza los 3.800 millones de dólares es altamente significativo.
El camino a la profesionalización
¿Qué va a ocurrir ahora? En primer lugar, el viejo principio del amateurismo se tambalea; no es sorprendente ante lo que en realidad es un negocio multimillonario en el que los principales responsables, los deportistas, no cobran más allá de la manutención.
En segundo lugar, queda en entredicho que el objetivo central de las universidades y colleges estadounidenses sea la educación de sus estudiantes; para aquellos dotados en materia deportiva se convertirá en todo caso en unas “prácticas” bien remuneradas. El desafío para las universidades será demostrar que aspiran a educar estudiantes, no a “fichar” deportistas.
Porque, con toda probabilidad, las otras asociaciones deportivas universitarias (NAIA, NJCAA, etc.) se verán arrastradas por este mismo camino; y esto generará, casi con certeza, un mercado de jóvenes deportistas prometedores a los que las universidades podrán plantear una oferta económica. Lo que, según como se mire, no deja de ser trabajar para pagarse los estudio.