¿Lo creerá, Ariadna? El Minotauro apenas se defendió
(La Casa de Asterión. Jorge Luis Borges)
Hay que imaginar un mundo donde todos tienen los mismos problemas, pero se llaman de manera diferente. Hay que imaginar, miles de personas nombrando al mismo Dios por diferentes nombres y realizando actos en su honor. Hay que imaginar tener las mismas preocupaciones que los antiguos habitantes de Etiopía o los actuales Machiguengas de la cuenca del río Urubamba. Bienvenidos al mundo en el que se vive. Un mundo en el que las mismas historias se recuperan una y otra vez entrelazándose. Por mucha Inteligencia Artificial que se esté entrenando en este momento, en el centro de este humano está ese mismo humano que preguntaba al Sol para conseguir mejores cosechas.
Se pesenta el trabajo artístico de Fermin Fleites, una visión del arte, desde la perspectiva de la Antropología Cultural, desde la barbarie de la Cultura misma. Un viaje de descubrimiento que comenzó en un lugar olvidado del Caribe Insular, pasando por la Amazonía peruana, hasta llegar al Crisol de la Norteamérica actual.
En la obra de este autor, confluyen experiencias de interacción con diferentes grupos culturales, con el extrañamiento del visitante que llega, y con la dificultad del niño que no sabe leer y está encerrado en una biblioteca donde todos los libros cuentan una historia y debe descubrir qué historia es. Porque al final todas las historias son la misma historia.
Fleites muestra a lo largo de todo su trabajo un profundo respeto por la techne y la costumbre de dibujarlo todo, quizás inspirado en los chamanes andinos que se resisten a ser fotografiados porque eso los detiene. Una invitación a ser parte de un tiempo original donde el pasado y el futuro son solo matices de un presente continuo que no está en ninguna parte.
Así, se puede ver, Historia de otra pelea contra los demonios, un dibujo al carboncillo inspirado en la historia de un pueblo que decide trasladar su iglesia de su ubicación (la costa) debido a los frecuentes ataques de los demonios, sin saber que al trasladarse llevaban consigo a los demonios, porque los llevaban dentro. Luego hay The Winner, una escultura en bronce, basada en la figura fundacional del Carnero, presente en la mayoría de las narrativas culturales, conocidas por la Humanidad, sostenido sobre una de las traviesas de la vía férrea impulsada por Flagler desde Nueva York hasta La Habana y que fue parcialmente arrasada por el gran huracán del Día del Trabajo de 1935. O Las Tres Marías, una serie de fotografías basadas en tres madres: una de 102 años, otra de 33 años y otra de 13 años. Todas estas obras marcan ciclos que se abren y cierran sobre sí mismos.
El trabajo de este autor es una especie de bitácora de viaje de alguien que observa recorrer el mismo ciclo del tiempo una y otra vez. Una especie de memoria visual de recuerdos, intercalados con símbolos. La invitación está hecha, hay que sumergirse en este universo de acontecimientos con tiempos cruzados, donde no es extraño terminar en el principio y donde no hay más que historias, cientos de historias, historias entretejidas e interminables.
El viaje de Fermín Fleites al corazón del arte contemporáneo ofrece una visión única de la combinación de tendencias del arte contemporáneo, artistas y sus historias, y la profunda conexión entre el arte y la antropología. La exploración de Fleites, resumida en su laberíntico trabajo, se extiende desde 1998 hasta 2024 y profundiza en la antropología cultural, inspirada en su trabajo de investigación y tesis que lo llevó desde los Andes hasta las selvas y ciudades del Perú. Este período estuvo marcado por una búsqueda para comprender la folklorización de grupos humanos en medio de las influencias culturales del cine y la música globales, revelando patrones de resiliencia cultural y el realismo mágico que impregna la vida cotidiana en estas comunidades.
Recopilar historias siempre llevará implícita una cuota de soberbia, y se corre el riesgo de omitir detalles importantes. Entrelazarlas, por otro lado, siempre permitirá moverse como dentro de un laberinto donde por cada ruta que finaliza, se abren cientos de otras rutas. Y ese es el espíritu con el que se debe mirar esta obra, con la certeza de que para comprenderla se tiene que echar mano a la madeja y adentrarse en el laberinto.