Imagina una mágica tecnología gracias a la cual los intercambios en las redes sociales (mensajes, datos, vídeos) están gestionados de manera descentralizada por cada uno de sus millones de usuarios, no por Facebook, Twitter o Instagram. En este universo paralelo las personas realizan sus transacciones electrónicas de manera directa, sin pasar por la alcabala de las comisiones bancarias. En general, en este mundo imaginario no existen los intermediarios; la prodigiosa tecnología los ha hecho obsoletos.
Este mundo paradisíaco es la proyección más optimista de lo que sería capaz de hacer el blockchain (cadena de bloques), una enigmática tecnología que según sus entusiastas va a transformar nuestras vidas tanto como lo hizo internet a mediados de los años noventa. Las aplicaciones más conocidas del blockchain son las criptomonedas -liderada por el Bitcoin-, que para muchos pasan por un ‘boom’ que reúne todas las condiciones de una burbuja especulativa. Sin embargo, el blockchain es mucho más que criptomonedas.
La cadena de bloques es una gran base de datos que, a diferencia del modelo tradicional, no está administrada por un “nodo” (ordenador) principal; sino que todos los nodos conectados a la red comparten una copia encriptada, idéntica e inalterable de la base de datos. Por tanto, “hackear” con éxito la base de datos y realizar algún cambio no detectable requiere un ataque simultáneo a miles de ordenadores, una tarea en extremo difícil. Esta mayor seguridad contra ciberataques es una de las ventajas teóricas del blockchain.
Además, cada acción ejecutada (una transacción financiera o enviar datos) debe ser validada por todos los nodos involucrados. Como todos los nodos guardan una copia de la acción realizada, la transparencia de la base de datos es absoluta; de ahí que ciertos devotos del blockchain lo consideren “una fuente compartida de la verdad”.
Una solución para un problema milenario
Desde que el mundo es mundo, cuando dos o más partes desconocidas necesitan ponerse de acuerdo para acciones que suponen intercambiar algo, siempre han recurrido a un “tercero de confianza” o intermediario cuya experiencia y reputación garantiza que la acción acordada se realice satisfactoriamente para ambas partes.
Estas operaciones pueden ser muy variadas: una compraventa, conceder un préstamo, cambiar de una moneda a otra, registrar el cambio de una propiedad, emitir y validar un voto, o enviar un mensaje por e-mail. Sin embargo, todas tienen en común el problema de la desconfianza mutua que solo se ha superado hasta ahora a través de un intermediario, llámese banco, notario, gobierno, casa de cambio, junta electoral o, en el caso del e-mail: alguno de los gigantes digitales como Google, Microsoft o Verizon.
El gran mérito aparente del blockchain es reemplazar al “tercero de confianza” por una red descentralizada que automatiza el proceso de validación gracias una fórmula matemática (algoritmo). Además de las ventajas de una mayor seguridad y transparencia, automatizar la validación de transacciones y contratos reduciría la duración de los trámites desde semanas y días a unos pocos minutos u horas. Estos procesos son conocidos como “contratos inteligentes”, es decir, “la ejecución automática de acuerdos sin que exista la interacción humana”.
El blockchain se encuentra aún en la infancia de su desarrollo, de ahí que el mundo idílico con el que sueñan sus defensores, aún si fuese posible, estaría a años luz de alcanzarse. Aparte de las “criptomonedas puras” (medios de pago), el blockchain se ha aplicado hasta ahora de manera limitada, y en ciertos casos de manera experimental, por sectores tan diversos como el financiero, farmacéutico, energético, e incluso por algunos gobiernos. De esta manera, la respuesta de los intermediarios ha sido invertir en explorar y conocer mejor esta innovación.
El blockchain en España
En España existe desde finales de 2017 la red blockchain Alastria, una “plataforma colaborativa común” que reúne a un centenar de empresas de distintos tamaños y sectores. Sin embargo, los sectores que más fuerte apuestan por el blockchain son los bancos (BBVA y Santander), las telecomunicaciones (Telefónica y Orange) y la energia (Repsol, Iberdrola y Gas Natural). Así, en junio de este año BBVA otorgó a Repsol el primer préstamo utilizando blockchain por un valor de 325 millones de euros; mientras que Mapfre anunció hace poco la creación de un “Centro de excelencia para blockchain”.
Pese a estos avances, muchos opinan que se ha sobrevalorado el potencial transformador de esta tecnología, pues al estar en una fase incipiente es aventurado predecir su potencial. Según la Responsable de Estrategia y Blockchain en Customer Solutions de BBVA, Alicia Pertusa, el concepto de la cadena de bloques mejora la seguridad pero “sus lenguajes informáticos son imperfectos y eso los hace vulnerables en algunos casos”. Por otra parte, el hecho de que el proceso sea descentralizado reduce la velocidad de las operaciones en ciertas aplicaciones. Por ejemplo, “la red de Bitcoin es capaz de procesar 7 transacciones por segundo mientras que el sistema de las tarjetas VISA procesa más de 50.000”, explica Pertusa.
Puede que el blockchain acabe siendo solo una más de las nuevas innovaciones digitales. Aun así, podría tener un efecto sobre los grandes intermediarios en nuestra vida, obligándolos a mejorar su eficiencia y la calidad de sus servicios. Si como afirma Pertusa, “el blockchain tiene el potencial para cambiar todo el modelo de negocios de la banca”, el resultado más probable es que los bancos (y el resto de los intermediarios) acaben adaptándose, en vez de desaparecer.