El futuro del aceite de oliva pasa por una norma única de calidad

El aceite de oliva necesita una norma de calidad única, que permita eliminar el alto porcentaje de fraude que se produce en su elaboración y comercialización, le proporcione valor añadido y permita abordar su futuro con mínimas posibilidades de supervivencia, según concluye el segundo ‘Informe sobre el Sector del Aceite’ elaborado por el Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada.

El documento completa el primer informe, en el que se señalaba que la acelerada banalización del productos por parte del sector de la distribución, los propios olivareros y una buena parte de los consumidores estaba eliminando su valor real como producto singular y reduciendo sus posibilidades de desarrollo futuro.

Todo ello en un entorno de grandes riesgos, como el incremento de la producción, la caída de precios y la reducción del consumo y pese a que el aceite de oliva es una pieza relevante en el sector agroalimentario español, con una producción de más de 1,2 millones de toneladas anuales y un valor por encima de los 4.000 millones de euros.

Los datos indican que de su desarrollo dependen regiones enteras, decenas de miles de agricultores, un buen número de cooperativas agrarias y una parte relevante de la imagen pública de la marca España, asociada internacionalmente a este producto.

El segundo informe del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada indica que la unificación de las normas de calidad es vital para dar valor al aceite de oliva y asegurar la viabilidad de todo el entramado agrícola, industrial, comercial y social que hay a su alrededor.

Detalla que el aceite de oliva es un producto muy regulado en sus diferentes variedades, pero no tiene una norma homogénea de calidad que permita establecer cuáles son los estándares que debe superar el producto y cuáles son las prácticas irregulares o fraudulentas que no se pueden admitir. Por ello, señala que la homogeneización de las normas de calidad debe extenderse a las proceso de cata, esenciales para determinar anomalías o defectos que afectaan a la clasificación de los aceites y a su vida en el mercado.

En la actualidad, la UE tiene sus propias normas obligatorias para sus países; el Comité Oleícola Internacional tiene sus normas que siguen algunos países y en el exterior hay mercados esenciales como el norteamericano donde no hay reglas ni normas de obligado cumplimiento, a lo sumo sellos de calidad otorgados por diferentes instituciones más o menos prestigiosas.

El documento concluye que la falta de unificación en las normas de calidad y de controles eficientes es una ventana por donde pueden entrar prácticas poco transparentes que generan confusión al consumidor, dañan la imagen del producto y reducen su valor, y se favorece que en muchos mercados internacionales el aceite de oliva queda clasificado en el genérico de “grasas”.

FRAUDE

Además, advierte de que el alto peso del coste de la producción de la materia prima, que supone más del 80% del precio final del aceite de oliva, abre la puerta al fraude, con diferentes grados de sofisticación. Uno de los más extendidos, señala el Informe del Instituto, es el de utilizar el aceite refinado aprovechando la diferencia de precio entre los aceites lampantes y los aceites vírgenes, entre 25 y 50 céntimos el kilogramo, para mezclarlo con aceite virgen extra, en porcentajes que pueden llegar al 60%, y vender el producto como si fuese aceite virgen extra, con el consecuente ahorro en costes y «lógico fraude al consumidor».

Afirma que también su utilizan aceites de semilla que debidamente tratados pasan como todo oliva en las mezclas. El Informe del Instituto señala que el aceite lampante y el de semillas oleaginosas se puede refinar -winterizar- hasta obtener un producto que sea neutro, sin olor, color o sabor, y que mezclado con virgen extra sea indetectable en los análisis físico-químicos e incluso en los paneles de cata que actualmente se emplean.

Asimismo, el informe añade que, si el refinador cuenta con la suficiente tecnología, se puede utilizar aceite de orujo, de muy baja calidad y reducido precio, refinarlo, mezclarlo con virgen extra en pequeña proporción y hacer pasar el producto como aceite virgen extra. «Práctica muy extendida en países vecinos».

Ante esta situación, Jesús Sánchez Lambás, vicepresidente ejecutivo del Instituto Coordenadas, indicó que “es imperativo dar valor al aceite de oliva. En nuestro primer informe señalamos la banalización del producto como elemento de máximo riesgo. Ahora señalamos que sin una norma de calidad estricta que erradique el fraude y dé confianza al mercado el aceite de oliva y todo lo que representa en España está condenado a arrastrarse entre la desconfianza del consumidor y el pague uno y lleve tres, que lo llevan al abismo. Una situación que ya vivió el sector a mediados de los años ochenta”.