El lunes era el primer día de colegio de mis niños. Ha pasado tan rápido este verano, tan extraño. Llevé yo al pequeño en coche, sé que para él es importante que le acompañemos y siempre trato de llevarlo los primeros días cuando empieza el colegio. En este nuevo curso, me parecía especialmente importante acompañar a mi cachorrito en su primer día, con esa mascarilla que no deja ver su sonrisa ni deja que él vea las sonrisas de los otros.
Lo veía como una manera de suavizar a mi niño estas medidas tan duras. Medidas contrarias a lo que establece la OMS para los niños y sin ninguna justificación técnica, medidas que han puesto a nuestros hijos, los únicos niños menores de 11 años europeos, la obligación de estar con la mascarilla incluso sentados en sus pupitres.
Vi cómo se miraban entre ellos, como siempre en esos primeros días, mezcla de ganas, nervios y pereza, ésta vez sin poder ver sus sonrisas nerviosas. Pero lo peor fue ver cómo entraban al patio, les ponían en fila, uno por uno, les apuntaban a la frente con esos termómetros con forma de pistola, apretaban el gatillo y les tomaban la temperatura, después les permitían entrar. Confieso que me fui llorando, era una escena dantesca.
Llevo tres días hablando con diversos especialistas, y os presento el resumen de las diversas conversaciones mantenidas.
Primero me ocupé del posible daño físico. Tras consultar con diversos especialistas, la gran mayoría me dijo que estos termómetros son sensores infrarrojos de temperatura, que en teoría han sido validados para su uso en humanos, así que «físicamente» no parece que puedan generar daño, así que en esa primera parte de daño físico me quedé tranquila.
Creí que los psicólogos me dirían que era una madre un poco ñoña y que no tenía importancia, pero para ellos también la tiene y además mucho. Lo que sí puedo afirmar, tras consultar a técnicos de aparatos de medición y psicólogos, es que es una auténtica aberración técnica y psicológica «disparar» a la cabeza a las personas, sean niños o adultos.
Ese gesto no tiene ninguna justificación técnica, porque esos mismos aparatos pueden tomar la temperatura en cualquier superficie corporal, por ejemplo detrás de la oreja o también en la muñeca. De hecho, consultando diversos manuales de instrucciones resulta paradójico que indican que ha de ser superficie corporal “sin sudor”, “limpio de pelo”, exenta de cosméticos” para asegurar la eficacia de la medida. Es cierto que algunos manuales de instrucciones de estos termómetros dicen que “se ha de tomar la temperatura en la frente”, pero el principio básico de funcionamiento de estos aparatos es que cualquier objeto emite energía de radiación térmica infrarroja, y su temperatura superficial determina directamente el tamaño y la longitud de onda de la energía de radiación. Es decir, que estos aparatos pueden medir la temperatura, en cualquier superficie corporal, frente, detrás de la oreja, muñeca, o donde sea más fácil….y por favor más amigable.
Todos los psicólogos consultados han confirmado que ese gesto diario es agresivo y degradante para el que lo recibe, y que el hecho de que sea diario y requisito para poder acceder a la normalidad diaria tiene connotaciones muy importantes para la salud emocional de las personas. Sus comentarios se pueden resumir en una pregunta muy gráfica ¿qué crees tú que se genera en el cerebro, en el inconsciente de una persona, adulto o niño, al que le «apuntan y aprietan el gatillo» en la frente todos los días, y tiene que pasar ese control de entrada antes de poder acceder a su trabajo o al colegio?
Y no hablaremos de la vulneración de la Ley Orgánica de Protección de Datos que supone esto para todos, eso parece un problema menor frente a lo que nos han indicado los psicólogos.
Por favor, cambiemos YA la forma de tomar la temperatura corporal con termómetros infrarrojos:
EN LA MUÑECA, POR FAVOR