El poemario “Brindis y desesperación (Brinde e desespero)”, de Miguel Sande, se alzó con el XXV Premio Johán Carballeira, uno de los más importantes del panorama cultural gallego, y por ende de España. Ahora llega a las librerías la edición bilingüe (castellano/gallego) de la mano de la editorial Cuadernos del Laberinto.
El autor, Miguel Sande, es un reputado periodista, pero sobre todo es conocido por su trayectoria en el mundo de las letras, ya que es poeta, novelista y dramaturgo. Toda su producción literaria está escrita originalmente en gallego. Un poeta y un autor poco convencional que sorprende y explora nuevas alternativas.
En “Brindis y desesperación (Brinde e desespero)” la poesía se adentra en las entrañas de la cotidianidad, en esos callejones donde todo posee un reverso: la tristeza alza a la alegría, la precariedad se alimenta de los sueños rotos, el amor destila la sangre del abandono y los personajes son seres frágiles, sin suerte o valientes que saben resistir.
Una obra compleja desde ese matiz que otorga la realidad, desde los vericuetos del que siente que se ha iniciado eso que se llama «el camino de vuelta».
No cabe duda de que Miguel Sande es una pieza ya cimentada e imprescindible de la literatura de este país.
—¿Qué se siente al haber ganado el XXV Premio Johán Carballeira, uno de los más prestigiosos y decanos de Galicia?
—Confianza. También seguridad, aunque la seguridad va y viene y desaparece cuando empiezas un nuevo proyecto. Quizás esa confianza sea eso lo más importante para quien escribe, ¿o no?. Supone un empujón importante, en especial de ánimo; compruebas que has acertado con la visión que has elegido para expresarte, al menos para el jurado de ese premio. Tampoco doy demasiada importancia a los premios, de verdad, aunque he ganado premios importantes en Galicia porque forman parte del sistema literario. Creo que cada lector/a debe dejarse llevar por sus gustos, por su sensibilidad, siendo exigente. En el caso de este poemario, «Brindis y desesperación», se trata de explorar con otra mirada —más profunda— el día a día. Busco sorprender en lo cotidiano, en aquello que nos parece más normal. Descubrir en las conductas habituales algo que no habíamos visto o si lo habíamos visto, no nos había llamado la atención. Busco en el discurrir diario lo inesperado, lo insólito, que lo hay, ¡lo hay! El día a día es una mina de la que puedes extraer mucho «mineral».
—Inicialmente el poemario llegó a las librerías en gallego (Brinde e desespero), pero en esta edición ya aparece bilingüe castellano/gallego. ¿Es suya la traducción, qué aporta cada una de estas lenguas a la expresión poética?
—Sí, es mía. Y no tengo claro si el propio autor/a debe de encargarse de traducir su propia obra. Incurres en defectos a la hora de cambiar de idioma. Cada lengua tiene su propia manera de sentir, porque cada palabra es una joya con características propias, posee su propia fuerza y de ella emana un sentimiento distinto, una expresión con un significado diferente. No es una cuestión fácil de explicar. Mi padre, mi madre y mis abuelos/as y nuestros antepasados hablaron y hablan gallego. Escribo originalmente en gallego como humilde contribución para que no se pierda nuestra lengua. Esa lengua que he heredado. Para mí traducir mis propios poemas a otros idiomas es una manera de volver a crearlos, con matices diferentes porque las palabras son otras. Unas y otras tienen su propia riqueza. Me gusta cómo queda el poemario en castellano. Sutil cuando lo es y duro cuando lo pretendo. He visto poemas míos traducidos al ruso por una conocida profesora de la Universidad de San Petersburgo hace años y no me dicen nada porque no veo más que signos extraños. En cualquier caso, lo más importante es que las lenguas enriquecen, son un tesoro en sí mismas e identifican a cada cultura.
—¿Cómo fue el proceso de escritura de estos poemas?
—Instantáneo. Solo escribo cuando tengo verdadera necesidad. Solo entonces. Cuando me lo pide el cuerpo y vienen las palabras solas. No escribo con ningún sistema, no soy metódico ni disciplinado. Por eso escribo en cualquier lugar y en cualquier momento; en la cafetería, en el tren o en cama. Nunca en cuadernos, casi nunca directamente en el ordenador, menos si se trata de poesía. Escribo en el margen en blanco de un periódico o de un libro o en una servilleta, en cualquier papel que tenga a mano o bien anoto una idea rápida en el móvil. No tengo otro método. Es un poco desordenado y pierdo muchas anotaciones o luego no las entiendo, no soy capaz de hilvanar el sentido de las frases, pero suelo partir de ellas. Escribo por impulso, ese impulso que parece surgir de los saltos de la sangre. A los poemas tienen que notárseles las venas y la sangre que corre por ellas, para diferenciarlos de los de la IA. El sentimiento es el motor que propulsiona esas palabras. La IA no lo tiene. Creo que así son más auténticos. Luego les doy forma, con calma, con un sentimiento asumido y aceptado. Otras veces, muchas, los descarto.
—¿Sus historias poéticas nacen de su trabajo como periodista, de los detalles agridulces que ve cada día? ¿Influye una sobre la otra?
—Mi trabajo como periodista lo aprovecho sobre todo para la narrativa, no tanto para la poesía, aunque también porque forma parte del día a día, de la experiencia personal. La mirada poética debe de ser auténtica, propia, de uno mismo y natural. Los ojos son como el objetivo de una cámara y luego filtras las imágenes por tu propio modo de sentir. De ahí sale la autenticidad; debiera de salir la voz de uno mismo; no hay nadie igual a ti, hay que aprovechar eso. No se trata de imitar a nadie, de que influya nadie en ti, ni siquiera los mejores, ese es el mayor peligro. Porque entonces solo serás alguien que imita a otro y ese otro, sin duda, será mejor que tú porque le copias. Asimila lo bueno de los demás, analízalo con detalle, compáralo con lo que tú escribes, cómo lo escriben ellos y cómo lo escribes tú, por dónde puedes explorar, cuál es tu camino o tu salida, por dónde va tu mirada. Qué dice tu voz y cómo lo dice. De eso se trata, de analizar, examinar, deducir, no de imitar. Es lo que creo y lo que procuro. Mire, llevo 6 años destripando párrafo a párrafo el “Ulises” de Joyce, sin prisas, he aprendido mucho. Cada noche al acostarme analizo un párrafo, unas frases, tomo notas o no. No me importa la historia, me fijo en cómo escribió esas frases. Cómo describió esa escena. Cómo la resolvió. ¿Qué me queda a mí? ¿Qué camino, qué salida, qué opción? Es de locos o de enfermos.
—En su poesía aborda repetidamente el tema de la marginalidad ¿Qué le atrae de ese reducto?
—No soy consciente de eso. En este poemario y en el anterior, «Los filósofos ya no brindan con cicuta» —premio Afundación, del Pen Club de Escritores de Galicia— sigo la misma línea. El día a día. Tal vez en algunos poemas asome la marginalidad, pero en la mayoría de ellos no, salvo que entendamos por marginales, por ejemplo, a las personas mayores. No las veo como marginales; al contrario, las sitúo en el centro de la sociedad y de nuestras vidas, donde deben o debieran de estar, aunque es verdad que les arrinconamos o directamente les olvidamos, cada vez sucede más. Pasamos más tiempo con las mascotas que con nuestros mayores; no digamos con el móvil. Es lo que perdemos. Acaso esa dureza o claridad crítica que expreso en los poemas lleve a pensar en que afloran temas marginales, pero de verdad que no soy consciente, no hay tal propósito. Y no me atrae nada en especial de la marginalidad, no creo que tenga atractivo, ni siquiera artístico. Pero, bueno, ¿qué es lo marginal? Porque los/las poetas lo somos.
—Una buena definición de su estilo poético figura en la contracubierta del libro: “Nos adentra en esa zona que surcan quienes sienten que han iniciado eso que llamamos el camino de vuelta”. ¿Una vez que se empieza a mirar de esa forma, es complicado volver a mirar con ojos inocentes? ¿La experiencia, en su obra, es más un castigo que un valor?
—La experiencia es un valor siempre, eso entiendo. Cuando hablo «del camino de vuelta» en la vida, me refiero a quienes estamos en una edad intermedia y comenzamos a sentir que en cierto modo hemos comenzado a desandar ya el camino vital que hemos recorrido hasta ahora. Y ese «camino de vuelta» lejos de ser el fin de nada, es el comienzo de una etapa nueva, todo un descubrimiento. Ese es el mensaje. Vuelves a ver las cosas, las mismas cosas, ya de otra manera. Ese es el descubrimiento. Tu padre y tu madre que antes eran tu principal apoyo y soporte ahora ya precisan de ti, si viven todavía; tus hijos/as tienen su propia vida; del amor no sale esa llama viva en la que más de una vez y de dos te has quemado; es otra cosa, es distinto, tal vez mejor, acaso no, pero es distinto. Igual de enriquecedor. Me refiero a esa otra mirada y a ese descubrimiento. ¿Eres inocente con esa mirada? Supongo que no, claro. Te ríes más, creo que sí, observando a los que vienen. Andas con más calma, pisas con más fuerza, quizá sabiendo ya a dónde vas. Bueno, creo que ni es mejor ni peor, distinto.
—Zorrilla decía que la métrica y la rima son las vestiduras regias de la poesía. ¿Qué opinión le merecen en la actualidad?
—Tampoco lo comparto o no del todo. La palabra «regias» ahí me chirría un poco. En mi poesía no hay aparentemente métrica ni rima visibles. No es así exactamente. La expresión avanza y evoluciona con el tiempo, cambia como la sociedad. Ahora un poema en endecasílabos o combinado con versos heptasílabos, ya sean en consonante o asonante, me parece un poema encorsetado. Nadie o casi nadie lleva ya corsé. Pero, ojo, a ver cómo lo explico: en mis poemas hay música, o mejor, musicalidad, que para mí es el alma del poema. Un poema no puede perder nunca la música, el alma, porque deja de serlo y es prosa. Hay acentos caídos en cuarta, sexta u octava sílabas, pero sin que se note, sin que el verso forme endecasílabo, sino que se prolonga. Es como si anduvieses por el poema con el mayor cuidado, como una danzarina con unos pasos de baile. La poesía debe adaptarse al tiempo, pero nunca puede faltar en un poema la música o la musicalidad como digo. La poesía debe de estar en la calle, en lo cotidiano, debe ir cómoda, por tanto, sin corsé, pero «guapa», casual, natural. Lograr esa naturalidad es muy difícil, mucho más difícil que buscar o forzar el acento en tal o cual sílaba. Es lo que pienso, eh, y de hecho es lo que procuro. Ah, y se le deben notar las venas, la sangre; importante e insisto en esto. Que no parezca un poema de la IA (Inteligencia Artificial). ¡Cualquier día ganará un concurso de poesía o narrativa la IA, verá! Saldrá en la prensa, a no tardar. Por eso incido en lo de las venas y la sangre. En realidad, mejor que la IA sea jurado en todo caso, más útiles serán los algoritmos para analizar 300, 400 o más textos; dada su capacidad, lo tendrán más fácil. Es una tontería, pero puede que lo veamos.
—Vila-Matas aconseja que para escribir hay que dejar de ser escritor, es decir olvidar el rol social que esto conlleva. Sin embargo, esto parece contradictorio con lo que se impone en los círculos literarios: premios, vida social, recitales permanentemente ¿Ha devorado el consumismo también a la poesía?
—Me gusta Vila-Matas, en especial sus diarios. Por cierto, en los que es siempre escritor o al menos yo lo veo así. No, qué va; consumismo y poesía son dos palabras antagónicas, no, una y otra son como el agua y el aceite. Mire, no se engañe o no nos engañemos, estas presentaciones de libros y recitales que se multiplican por no sé cuanto cada día en cualquier ciudad, en Galicia al menos —y en las que yo mismo participo contra mi gusto y mi voluntad casi siempre—, no son más que un síntoma de agonía. De debilidad del sector. Son para no desaparecer, para no morir en la invisibilidad de un estante en una librería. Un libro en un estante tiene una vida más corta que la de una mariposa. Hoy es así y, sin embargo, no dejan de publicarse libros y más libros. Es fácil, es relativamente económico, y fácil de acceder a la publicación. Hay mucha confusión con lo bueno y lo malo con tantas publicaciones. El consumismo se ve más en la novela, porque el barrio de las novelas es un barrio rico, pero el de la poesía es un barrio pobre y marginal. Hay urbanizaciones poéticas de rápida construcción en libros para adolescentes y jóvenes que alcanzan más tirada que algunas novelas, eh, que conste, y está bien, no lo critico. Pero enseguida las devora el tiempo. Si las ves desde «el camino de vuelta» sonríes. ¡Qué vas a hacer!
—¿Qué consejos daría a los jóvenes que comienzan a escribir?
—No doy consejos. No guardo consejos ni adjetivos apenas. De los adjetivos también te vas desprendiendo con la edad. Para no ser descortés, diré que a mí me sirvió mucho leer, siempre. Como un ejercicio; un escritor se entrena leyendo; siempre, continuamente, nunca hay que dejar de leer y de analizar, como he apuntado antes, lo que los demás escriben. Veo por qué camino van, sobre todo fijándome siempre en los que abren nuevas vías, intentan nuevas propuestas. Me gustan y sigo especialmente a los escritores/as que arriesgan y se equivocan porque cuando aciertan son únicos. Te abren una ventana a un mundo que desconocías, que nunca has visto: eses son los/las grandes. Eso es maravilloso. Impagable. Tampoco he tenido demasiada prisa en publicar; en 35-38 años escribiendo tengo 13-14 libros publicados, sin contar reediciones o algunas ediciones traducidas. Ahora sí noto cierta prisa, con los años sí, porque me parece que me queda cada vez menos tiempo para escribir esa gran obra que todos creemos tener en mente y nunca acaba de salir. Después vemos, comprobamos, que no era esa. Y así una y otra vez. Además, ¿por qué tener prisa en publicar?
—Pessoa decía que «la vida no basta, y por eso existe la literatura». ¿Cuáles son los motivos por lo que siente usted esa necesidad de escribir?
—He leído a Pessoa y los libros de sus heterónimos. He releído en especial sus reflexiones sobre la escritura y en particular sobre la poesía. Me gusta la literatura portuguesa. Mi escritor, poeta, de cabecera (uno de ellos) es Eugénio de Andrade. Actualmente, José Luís Peixoto. Ambos portugueses. Aquí sí que voy a ser breve porque lo tengo muy claro: escribir da sentido a mi vida. Quizá sea una frase repetida, pero es verdad.
“Tiene chatarra apilada junto a los saltos oxidados del corazón, sangre que nunca, jamás una palabra acarició. Hoy se enfrentó a la tutora para hacerse fuerte ante los suyos en clase, incluso con amenazas. La pareja de su madre acaba de echarlo de casa y él destrozó los baños en el instituto. El claustro también decidió expulsarlo. ¿A dónde? Antes de la noche no va a llorar. Antes de la noche mantiene la mirada en lo alto como esas grúas que descargan contenedores de los barcos”.
“Ten ferralla amoreada onda os saltos oxidados do corazón, sangue que nunca, xamais unha palabra acariñou. Hoxe enfrontouse á titora para se facer forte diante dos seus na clase, mesmo con ameazas. A parella da súa nai vén de botalo da casa e el destrozou os baños no instituto. O claustro tamén decidiu expulsalo. A onde? Antes da noite non vai chorar. Antes da noite mantén a mirada no alto coma un deses guindastres que descargan contedores dos barcos”.
“Se cumplían cincuenta años —tal vez más— desde que el hombre pisara la Luna, una capa de polvo gris y ceniza. Un impacto mayor había sido ver la Tierra, su esfera, desde tan lejos; la imagen que Kepler siempre había soñado. Sabernos allí; aquí, insignificantes. Y bajo esa nebulosa inmensa y azul, nosotros queriéndonos sobre las
baldosas frías de la entrada; tanta la urgencia y así diminutos; las miles de raíces nerviosas del sentir en el centro mismo de nuestro universo”.
“Cumpríanse cincuenta anos —talvez máis— dende que o home pisara a Lúa, unha capa de pó gris e cinza. Un impacto maior fora ver a Terra, esa súa esfera, dende tan lonxe; a imaxe que Kepler sempre soñara. Sabermos alí; aquí, insignificantes. E baixo desa nebulosa inmensa e azul, nós queréndonos sobre as lousas frías da entrada; tanta a urxencia e así diminutos; as miles de raíces nerviosas do sentir no centro mesmo do noso universo”.