65 años rompiendo barreras

Jaime Peidró, director de Relaciones Institucionales de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce, ha visitado Edición Limitada para contarnos en qué consiste la actividad de la institución, cuyo objetivos es "trabajar por los derechos y la participación en nuestra sociedad de las personas con discapacidad intelectual".  Un fin que se ha ido adaptando a los nuevos tiempos, a las nuevas enfermedades y a las nuevas situaciones de dependencia. 

En los últimos años, la Fundación Carmen Pardo-Valcarce, siguiendo el camino de integración social de las personas con discapacidad intelectual, ha emprendido una nueva línea de trabajo centrada en la investigación de aquellos aspectos que afectan a la salud mental, inclusión laboral y calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual. Pero, estas investigaciones no pretenden una mera acumulación de conocimientos, sino que persiguen encontrar resultados de utilidad que puedan ser aplicados en la práctica, no sólo para ofrecer mejores servicios a sus usuarios, sino para contribuir a mejorar la participación de las personas con discapacidad intelectual.

Peidró ha comentado también la importancia que está adquiriendo la financiación privada como salida a los problemas económicos por los que pasan algunas fundaciones similares. Y es que en época de recortes en la administración y en los presupuestos es mejor acudir a la RSC de las empresas. Tan arraigado está ese enfoque en la Fundación a la que pertenece, que en 2008, Naciones Unidas la incluyó en la relación de las 85 ONG mundiales de mayor confianza para formalizar alianzas con empresas.

HISTORIA

La historia de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce se remonta nada menos que a 1948, fue entonces cuando Carmen Pardo-Valcarce escuchó la petición de las personas que, enfermas de lepra, vivían en la leprosería de Trillo, en Guadalajara. El deseo unánime de aquella gente fue el de que sus hijos pudieran criarse y educarse en un entorno libre de la enfermedad.

En pocos años, tras un acuerdo con el Instituto Nacional de Previsión,  se compraron los terrenos situados frente a la que es hoy la colonia de Mirasierra y se construyó el preventorio que sigue siendo en la actualidad el icono de nuestra Fundación. La obra que Carmen Pardo-Valcarce creó entonces para enfrentarse a aquel reto recibió
el nombre de Patronato del Niño Jesús del Remedio.

Transcurrieron los años y el preventorio cumplió con sobresaliente su función: entre los cientos de niños que pasaron por él no se detectó ni un solo caso de contagio por la enfermedad.  Rosario Cavestany Pardo-Valcarce, hija de Carmen, ocupó su lugar cuando ésta murió. Fueron años en los que la lepra estaba siendo erradicada y en que los enfermos podían ya recibir tratamientos ambulatorios desde sus domicilios. Rosario solventó con  sabiduría la situación: hizo convivir en las instalaciones del Patronato al cada vez menor número de hijos de enfermos de lepra con niños que, por diversos motivos, carecían del necesario arraigo familiar.

Pero, transcurrido el tiempo, Rosario fue consciente de que aquello no era suficiente, y también comprendió que hacía falta alguien con la juventud y el empuje necesarios para dar un rumbo nuevo a lo que su madre había fundado. Y no tuvo que buscar. Su única hija, Carmen, llamada así en recuerdo de su abuela, asumió el reto. Carmen Cafranga Cavestany, actual presidenta de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce, meditó con cuidado el destino que dar al legado de sus antecesoras, aunque no tardó en comprender que, si su abuela se había dedicado a niños y jóvenes con desarraigo social, ella tenía que continuar con esa labor. Y apostó por la integración en la sociedad de aquellas personas que, por su discapacidad intelectual, se sintieran injustificadamente diferentes y apartadas del mundo en el que vivían.