Tiburón de aguas doradas

 

El tiburón de Baltimore ha dado su último bocado, aunque le quedarán algunos más. Los asistentes al Centro Acuático de Londres pueden decir que forman parte de la historia, al igual que los siete países que participaron, junto con Estados Unidos, en la final del 4×200 libres. Todos ellos, serán nombrados cuando se recuerde la espectacular hazaña de Phelps, nadador incansable e insaciable. Y por supuesto, papeles privilegiados tienen sus tres compañeros, sin los que esta medalla sería imposible.

Y eso que la noche londinense no comenzaba como había soñado Michael. El de Baltimore entraba en la piscina alrededor de las ocho de la tarde, para correr su prueba preferida, aquella en la que nunca debe fallar, los 200 mariposa. Era favorito, y como favorito nadó toda la prueba, excepto los diez últimos metros. El sudafricano Le Clos le batía por cinco centésimas, en un final de infarto que nadie esperaba. Con esta plata, el estadounidense igualaba las 18 medallas conseguidas por la rusa, pero fallaba en su obsesión de ser el único nadador de la historia que revalida el mismo título en tres Juegos.

Pero una hora más tarde, la final de 4×200 libres le iba a dar una alegría. Michael Phelps rubrica su nombre en lo más alto del olimpo deportivo, consiguiendo el mayor de los records, trabajado durante muchos años. Un jovencísimo norteamericano de 19 años, aterrizaba en Atenas y se llevaba seis oros y dos bronces. Cuatro años después, en Pekín superaba lo insuperable, logrando ocho títulos olímpicos. Y, de momento, en Londres ya lleva tres medallas. Pero eso no es todo, porque el tiburón no se ha saciado, y puede morder tres presas más.