Felicidades Presidente, lo ha vuelto a hacer, ha vuelto usted a alargar el mayor y más largo de los túneles que Venezuela recorrerá durante los próximos 6 años. Al mando – comandante – usted guiando a su pueblo al acordeón estancado pintado de pétrea dictadura socialista. Postulando tu cara como la del enésimo capítulo de una revolución bolibavariana, que mantiene usted con vida a base de electroshock populista.
Salivando los minutos que le quedan para ocupar el puesto que dejará vacante su maestro Fidel Castro. De sus barbas ya se cuelga usted, Hugo Chávez, acomodado entre chándales de lino, arañando años de vida a golpe de talón. Mientras, su pueblo – el Venezolano – se descuelga de las goteras de más de medio siglo de dictadura cubana. Allí, en Cuba, tiene Venezuela su viaje al futuro, ese es el destino, un lugar donde el tiempo se paró hace mucho, dónde la gente solo sueña en las guajiras, donde la vida se escapa en balsas, donde la muerte se la cobra el océano Atlántico.
Ese es el futuro que usted, comandante ha prometido a todos los venezolanos, ese es el gran sueño bolivariano que usted le ha hecho a los indígenas, de los que sólo se acuerda cada seis años, regalando bocadillos y paseos en autobús, de distrito a distrito. “Pulse este botón y le doy un bocadillo”.
Hoy vuelve a dar un paso más, hoy tumba de nuevo la esperanza con su bota de teniente coronel con la que intentó tumbar la puerta del Palacio de Miraflores allá por el 1992. Con la misma bota con la que diez años después le intentaron botar a usted de Gobierno, del que ya nunca más se va a despegar. Usted, que ha unido el destino de la vida de más de 27 millones de personas a la suya, mientras su cuerpo aguante irá usted moldeando el barro que arroja sobre la violencia rutinaria de las calles de Caracas, Ciudad Bolívar, Valencia, San Fernando, Trujillo y compañía.
Hoy puede usted volver a asomarse al Balcón del Pueblo del Palacio de Miraflores, espada en mano a mirar su obra, a mirar su realidad, la que otros antes que usted, comandante, han pintado. Hoy puede volver a contar los fajos de billetes del petrodólar. Hoy puede volver a contar barril a barril de petróleo, lo que usted le roba a su pueblo, fumando uno de los puros que le llegan desde La Habana, fabricados con el sudor de un cubano que no come cada día.
Hoy puede volver a jactarse de dominar uno de los países más ricos del mundo, dónde más de una cuarta parte de la población vive en la pobreza.
Un país con una de las inseguridades judiciales más grandes del mundo, dónde la empresa privada no existe, donde la inversión se quema al son que quema usted los yacimientos de petróleo que se niega a descubrir. Un país que se quedó atrás hace mucho tiempo, mientras otros, como Brasil, Perú, Uruguay o Chile, se están comiendo el mundo.
Al otro lado, tiene a sus colegas, su pandilla. Los que por un lado – al igual que usted comandante – ladran proclamas del sufrimiento del trabajador, y por el otro cuentan los ceros que se acumulan en sus cuentas corrientes. Allí está su eje, el de Castro, el de Kirchner, el de Evo Morales, la liga de los prósperos mandatarios que sonríen con dientes de oro, dientes arrancados del futuro de sus pueblos.
A ese grupo, ha afiliado usted a Venezuela, al de seguir vomitando violencia por los cuatro costados, al de seguir aleccionando tapando bocas y abriendo orejas, al de seguir arrancando oportunidades y al de seguir sembrando odio populista.
No ganó Capriles, que tiene el reto de seguir sirviendo de pegamento entre la oposición al chavismo, de seguir manteniendo viva la esperanza de cambio, el reto de romper el muro de dictadura socialista que construyó la mirada del comandante – que en 2002 – cuando vio a los venezolanos pidiendo su cabeza a las puertas de Miraflores, golpeando con sus puños la puerta de su despacho, desde el día en el que su pueblo intentó derrocarle con un golpe de Estado, se prometió a sí mismo aplastar a cualquier oposición a golpe de puño socialista.