La principal causa, no me demoro más, es que el tejido empresarial español está compuesto en un 99% por pymes, como ya sabemos, y esas pymes a su vez gastan un 99% de empresarios que no saben mentir. Como lo oyen. Que no han aprendido de sus mayores del Ibex cómo utilizar las palabras para que hasta lo horrible suene a dulce melodía de púberes canéforas.
Por ejemplo, el empresario español medio sufre desde hace años la falta de liquidez, es decir, de crédito. Lo que no sabe es que en el circuito financiero a eso se le llama reducir la deuda y propiciar el desapalancamiento, neologismo que suena a combinado de Gila, Arévalo y López Vázquez. Tampoco sabe que su problema no es que ponga su empresa en venta a precio de saldo, sino que se ve obligado a realizar desinversiones estratégicas. Y su bronca diaria con proveedores que no sirven y clientes que no pagan se puede reducir a una fórmula indolora, llamada de forma importante “rotación de activos”.
Ya lo ven. No hay crisis. Es todo un puro tráfico de palabras huecas. Un travestismo económico.