Seis millones de banderas

Si me preguntan por el nacionalismo catalán, o por el vasco, que dicen los nacionalistas que nada tienen que ver, se me asoma el síndrome Alejandro Sanz. El del corazón partío. Porque no les tengo especial antipatía, pero por defecto considero cualquier nacionalismo una forma patética y caduca de orgullo racial y complejo de inferioridad mal curado.

Sin embargo, más patético me resulta el sarpullido que los nacionalismos periféricos provocan en la vieja guardia y la joven ignorancia de la España constitucional, antigua España una, grande y libre. Porque es otro nacionalismo que, como los periféricos, ignora u olvida que los Estados son entidades vivas que un día fueron una cosa y otro día serán otra distinta.

Y entre patéticos de un lado y de otro, es una jugada perfecta para que vayamos derechitos a los seis millones de parados, y nos tiremos los trastos por unas banderas.