Poco a poco hemos ido dejando atrás el espíritu optimista (que no tanto emprendedor), y la alegría ficticia de un consumo exagerado. Hemos abierto la puerta al miedo, a la apatía, a la desesperanza y nos hemos instalado en la crisis como si tuviéramos que purgar el pecado de haber tenido tiempos pasados con mejor calidad de vida, e incluso de haber sido más felices.
¡Basta ya de quejarnos! El mayor peligro está en tener pena de nosotros mismos, en hacernos las víctimas de un victimismo que nos conduce a ningún lugar. La reacción debe ser un empeño colectivo, que ha de empezar por todos los implicados y al mismo tiempo: medios de comunicación, empresarios, agentes sociales, trabajadores, sector financiero, administración.…por todos.
Respecto a la clase política, se puede caer en la paradoja de que los propios políticos no estén interesados en quitar el miedo a la sociedad. Recordemos la famosa frase de Churchill cuando pronosticaba que “solo se podía gobernar cómodamente cuando la sociedad estaba acobardada”. A este respecto yo añadiría que si tenemos que confiar en los políticos para que nos “salven de la crisis”, prefiero hacerme el harakiri, por lo menos, no enriquecería a ningún verdugo.
Como siempre, cuando unas cosas van mal, otras van bien, y viceversa. No parece posible que todo sea malo, muy malo, o que todo sea bueno, buenísimo. ¿Y ahora qué? Es urgente que la sociedad española recupere tres competencias o comportamientos que ha tirado al cubo de la basura en los últimos años: la confianza personal, el equilibrio social y la ética colectiva.
1. Sin confianza, no hay futuro, porque nadie se expone a riesgos innecesarios que a la postre van a favorecer a otras personas, posiblemente de otros países, con otros intereses y de entornos desconocidos. Es la ley de “uno nunca sabe para quién trabaja”.
2. Sin equilibrio no hay posibilidad de actuar coherentemente. Por el contrario los desequilibrios provocan agresividad, conducen al enfrentamiento e incitan a reacciones propias de los grupos primates. Es la ley del “Ande yo caliente…”.
3. Sin ética, todo vale. Aunque nos cueste reconocerlo, porque queremos ser los más liberados del planeta: no vale todo. Es la ley del “Sálvese quien pueda”.
¡Adiós al miedo! Bien por Roosevelt cuando decía que “solo hay que tener miedo, al miedo mismo”