El Papa Francisco ha defendido ante el Parlamento Europeo la dignidad del ser humano y ha alertado sobre la «soledad» agudizada por la crisis económica. Durante su discurso, en el que se ha dirigido a los 500 millones de ciudadanos de los 28 Estados miembro de la Unión Europea, el Pontífice se ha preguntado «qué dignidad podrá encontrar quien no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir del trabajo, que le otorga esa dignidad». A su vez, ha enviado un «mensaje de esperanza y de aliento» a todos los ciudadanos europeos al defender que el proyecto político europeo debe poner de nuevo en el centro al hombre, que está dotado de «dignidad» y «trascendencia».
Además, ha asegurado que la «soledad», que enferma a Europa, se ha agudizado por la crisis económica y ha detallado «sus consecuencias dramáticas». En este sentido, ha explicado que «se ve particularmente en los ancianos, a menudo abandonados a su destino, como también en los jóvenes sin puntos de referencia y de oportunidades para el futuro; se ve igualmente en los numerosos pobres que pueblan nuestras ciudades y en los ojos perdidos de los inmigrantes que han venido aquí en busca de un futuro mejor».
«No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio«, ha dicho precisamente en relación a las muertes de inmigrantes que tratan de alcanzar las costas europeas.
Por otro lado, el Pontífice ha avisado de que, en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, «ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes, dedicadas a establecer reglas que se sienten lejanas de la sensibilidad de cada pueblo, e incluso dañinas».
Francisco ha invitado a construir una Europa «en torno a lo sagrado de la persona» y no en torno a la «economía» al advertir del riesgo que corre el ser humano si se reduce «a un mero engranaje de un mecanismo que lo trata como un simple bien de consumo para ser utilizado» y ha recalcado que esas consecuencias se hacen perceptibles hoy en día.
EUROPA ENVEJECIDA
En esta línea, ha subrayado que «desde muchas partes se percibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz» y que «los grandes ideales que han inspirado Europa parecen haber perdido fuerza de atracción, en favor de los tecnicismos burocráticos de sus instituciones».
En este sentido, ha pedido a Europa que «redescubra su alma buena». Así, ha mandado un mensaje de aliento «para volver a la firme convicción de los Padres fundadores de la Unión Europea, los cuales deseaban un futuro basado en la capacidad de trabajar juntos para superar las divisiones, favoreciendo la paz y la comunión entre todos los pueblos del Continente».
Igualmente, ha incidido en que existe una tendencia hacia «una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social», al tiempo que ha recalcado que es necesario prestar atención «para no caer en algunos errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos».
NO CEDER A PRESIONES DE MULTINACIONALES
De este modo, ha pedido que se mantengan «vivas» las democracias como «fuerza política expresiva de los pueblos» y ha hecho un llamamiento a que no «sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las transforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos».
Ante este panorama, el Papa ha hecho un llamamiento a la esperanza basada «en la confianza de que las dificultades puedan convertirse en fuertes promotoras de unidad, para vencer todos los miedos que Europa – junto a todo el mundo – está atravesando».
En el hemiciclo, el Papa también ha reclamado que se proteja a la familia «unida, fértil e indisoluble» porque «trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro». Por otro lado, ha pedido que no se olviden «las numerosas injusticias y persecuciones que sufren cotidianamente las minorías religiosas, y particularmente cristianas» en diversas partes del mundo.
Además, ha señalado el «vergonzoso y cómplice silencio de tantos» ante comunidades y personas que son objeto de «crueles violencias: expulsadas de sus propias casas y patrias; vendidas como esclavas; asesinadas, decapitadas, crucificadas y quemadas vivas, bajo el vergonzoso y cómplice silencio de tantos».