Pétalo para construir lo inmenso, es el debut literario de Miguel Ventura. Una apuesta poética de Cuadernos del Laberinto, editorial que siempre se esfuerza por acercar al lector obras con estilo propio y valor. Es el caso de este anaquel que llega esta semana a la lista de las novedades literarias.
Pétalo para construir lo inmenso es una suerte de invocación literaria a los misterios que rodean al hombre en su relación existencial con lo trascendental y lo cotidiano. Poemas plagados de referencias animistas, númenes e imágenes telúricas conforman una especie de oración profana, de búsqueda incesante del sentido de las cosas. Pócimas breves de alto contenido alquímico. La experiencia humana del asombro, su epopeya vital en la búsqueda de la verdad, los designios de su destino vistos desde un punto de vista no estrictamente filosófico sino poético.
—En su obra hay una fuerte referencia a los misterios que envuelven la existencia como cimiento de la literatura. Explíquenos esta cualidad de sus textos.
—La existencia es fascinante. Por supuesto no todo el mundo lo entiende así. No tenemos ni la menor idea de cómo surge la conciencia, ni de cómo surge la vida como tal. Para mí lo más seductor es no tener respuestas. Si naciésemos con un manual de instrucciones que explicase perfectamente el funcionamiento del mundo, la vida sería muchísimo más aburrida, tan aburrida como si fuésemos inmortales. Nos cansaríamos necesariamente de vivir y lo que la mayoría de la gente considera un don se convertiría en una condena. Por eso me interesa tanto la muerte, ya que es parte imprescindible de la vida, es lo que da sentido a la vida.
Mi convencimiento personal es que el sentido de la existencia nos está vedado y que es inherente a nuestra naturaleza la imposibilidad de conocer el motivo por el que estamos aquí y el significado del mundo. Es ahí donde surge lo más interesante y donde sitúo mi obra; es decir en la elucubración artística de dar respuesta a preguntas que no la tienen. Obviamente, esto se remonta a una tradición literaria que viene de siglos. En este sentido he tratado de ser original y no hacer referencia a los mitos clásicos o a las formulaciones clásicas científicas o de ocultismo. He creado una mitología a mi medida, a mi gusto. El libro es deliberadamente sentencioso, pero desde una perspectiva clara de que se trata de un juego literario, no de algo en lo que yo realmente crea. Es literatura.
—¿Cuál es la génesis de este poemario, Pétalo para construir lo inmenso, y cómo definiría este libro?
—Su escritura comenzó en el verano de 2020, influido por la situación que provocaba la pandemia: cientos de muertos diariamente, la incertidumbre y el mensaje claro de nuestra fragilidad. A raíz de esto adopté un nuevo punto de vista sobre la poesía y desplacé mi interés a lo que me sucede como individuo y a las cosas que afectan a la colectividad humana, algo que entronca con los textos bíblicos o el Zaratustra de Nietzsche. Al principio las ideas e imágenes surgieron como una revelación, como si fuesen dictadas; aunque evidentemente hay un duro trabajo de reescritura, pulido y oficio poético. Esto por supuesto es algo engañoso. El que escribe es el escritor, no un ente externo inmaterial que le dicta los textos, pero la sensación no deja de ser esa. En un posterior período de escritura la sensación fue la de extraer a la fuerza los textos, pero ya tenía la inercia del principio, y delimitado cuál iba a ser el tema de la obra.
La idea fundamental que yo quiero transmitir con Pétalo para construir lo inmenso es la de que lo que nos rodea y lo que somos no es más que una construcción que nosotros mismos hacemos y que llevamos haciendo desde que existimos en este planeta. Necesariamente es así porque forma parte de nuestro instinto de supervivencia, necesitamos descubrir el mundo y más tarde darle un sentido para poder sobrevivir en él. El poemario recoge distintos enfoques sincréticos de cómo el hombre ha entendido su presencia en el mundo y su relación importantísima con los animales, por eso hay constantes referencias a distintas formas de religión o de rituales que tienen que ver con lo trascendente, la adoración de animales, la veneración de plantas, etc. Todo desde un punto de vista en el que se poetiza la realidad, como ideal romántico de búsqueda de lo absoluto, de la relación entre lo uno y lo infinito, pregunta fundamental y única de la filosofía.
—La poeta Esther Peñas ha dicho sobre Pétalo para construir lo inmenso: “Es imposible no entregarse con fascinación a su poesía”. ¿Qué siente al entregar su obra al público y sentir este feedback?
—Siento realizada mi inquietud como escritor, que la obra tiene fuerza que llega al público, que tiene una coherencia que es percibida, y que no deja indiferente.
Habrá seguramente quien no opine como Esther, pero espero que no deje indiferente a nadie. Esther fue una de las primeras personas que leyeron la obra. Ella siempre me ha resultado de gran ayuda y le estoy muy agradecido. Esther se implica mucho en la escena poética y es admirable su labor creativa tan prolífica y de calidad literaria; así como su labor casi diaria a la hora de presentar libros, realizar entrevistas, impartir talleres, etc. Además es un encanto.
—Es conocida su fascinación por Arthur Rimbaud que le llevó a usted con dieciocho años a Charleville-Mézières, el pueblo natal del genio francés. ¿Cómo fue este deslumbramiento poético.
—Tuve la suerte de enamorarme de la poesía con dieciséis años. Supongo que por desgracia es algo que a no todo el mundo le sucede. Empezó en el ámbito académico con la poesía de Rubén Darío, y de ahí surgieron otros nombres como Verlaine, Rimbaud, Baudelaire… Otro punto de inflexión fue el descubrimiento, en la biblioteca de mi colegio, de la Antología de Rosa Pereda Joven poesía española, de la editorial Cátedra, que yo leía en los recreos. Fue precisamente eso: un deslumbramiento, que se hizo más fuerte con la poesía de Arthur Rimbaud, que me catapultó a cotas de ensimismamiento que no conocía. Quedé fascinado por su obra y también por su biografía.
En primero de carrera surgió la idea de visitar Charleville, lugar del que yo tenía noticia por las obras de Rimbaud y las traducciones de Ramón Buenaventura para la editorial Hiperión. Realicé el viaje con un compañero de estudios —el hoy periodista Xavi Granda. Visitamos el cementerio, donde está enterrado; el molino que alberga su museo; las maravillosas tiendas de souvenirs del autor, etc. Inolvidable.
Yo ya antes había coqueteado con la idea de Charleville porque enviaba postales a Rimbaud desde Connecticut, en Estados Unidos; lugar donde estudié el último curso de bachillerato y donde la lectura de sus libros me afectó de lleno.
—¿Cómo definiría la poesía?
—Es el género literario en que hoy por hoy me encuentro más cómodo porque me permite tratar los temas que ahora mismo más me interesan.
La poesía significa ensimismamiento, es una forma de amor. Es la fórmula que puede ponernos más efectivamente en contacto con lo inefable; lo que nos aproxima a lo inescrutable. Es comunicación con Dios.
—En este libro, con el que debuta como escritor, navega entre claroscuros, magia, cuervos, veneno, ancestros, muerte, sangre y presagios. ¿No le asusta que su poesía sea un enigma indescifrable para el lector?
—Creo que mi poesía es bastante descifrable y que tiene una coherencia de símbolos que se han venido utilizando en una larguísima tradición literaria que se remonta al Poema de Gilgamesh, de cinco mil años de antigüedad, el poema más antiguo que se conoce. En esta obra se habla de acontecimientos como el diluvio y se tratan temas como el amor, la muerte y el significado de la vida; temas que son recurrentes en mis poemas. Todos los elementos que menciona en su pregunta cristalizan en la génesis del Romanticismo alemán que surge como contrafigura de la Ilustración francesa donde primaba el raciocinio, las luces, la ciencia, etc. El movimiento romántico nace como oposición a esto y ofrece el camino de lo oscuro, lo misterioso, lo alquímico, la muerte, el género fantástico. Es el germen de la literatura moderna. Por desgracia no he inventado nada.
—El gran poeta Jesús Urceloy le rinde un homenaje al abrir Pétalo para construir lo inmenso con una celebración sobre usted. ¿Cómo es este pórtico de gala?
—Conocí a Jesús Urceloy casualmente en una de las lecturas poéticas que organizaba a principios de los años noventa en el ·Rincón del Arte Nuevo”, en la calle Segovia de Madrid. Fui allí acompañando a mi novia de entonces. Jesús había invitado a Juan Carlos Mestre y a Dulce Chacón para el recital. Fue una velada preciosa y por desgracia Dulce Chacón nos dejó hace algunos años. No volví a ver a Jesús hasta tiempo después. Somos vecinos del mismo barrio y empezamos a coincidir de nuevo. Jesús es una persona encantadora y se ha prestado amablemente a escribir este magnífico prólogo en forma de poema, por lo que le quedo eternamente agradecido.
—Aparte de escritor, es también abogado y chef. ¿Cómo combina sus facetas profesionales con su pasión por la literatura?
—Sí no deja de resultar un poco chistoso, me falta ser astronauta o nadador. La literatura, y especialmente la lectura, lo es todo para mí. No concibo la vida sin leer, pero hay que ganarse la vida y yo me la gano cocinando.
—¿Con qué personaje histórico se iría de cañas?
—Idealizo la época de los pintores de Montmartre: la absenta, la bohemia clásica de finales del XIX en París… No me importaría quedar con Antonin Artaud, que es algo posterior, y que temblara el misterio.
¡Oh, rayo perfecto de luz divina! Tú que me
aprietas las córneas con dulzura, que me
aplastas el hígado con amor, tú que hueles a
nada como el champú de los muertos, tú que
eres bello como la ortiga que sana el alma y
enciende el fuego, haz de mí un héroe atroz.
—–
Fabrica el hombre el enigma, espoleado por
el miedo inventa las reglas del mundo.
—–
¡Oh, pliegue infinito del tiempo,
testigo del deshielo,
conjura el martirio del hombre
sumido en la desgracia del templo!
—–
Es inofensiva la muerte
su marca nos pertenece
como el resbaladizo discurrir
del tiempo.