La fortuna de Salvador Dalí tenía un nombre: Gala. No porque el amor lo pueda todo, sino porque ella era la gobernanta de toda la fortuna del matrimonio. En una entrevista para L’Express el pintor surrealista declaró que Gala le había hecho ganar todo el dinero que poseía. Una misma charla en la que reconocía que para él «la idea que prima siempre es el dinero”, contestó Dalí cuando se le preguntó por la creación de su museo en Figueras. Pero no solo su esposa marcó el ritmo de la economía Daliniana. Montse Aguer, directora del Centro de Estudios Gala-Salvador Dalí comenta que hubo unas palabras de su padre que le marcarían y le angustiarían bastante, en una discusión con el notario le gritó: “Morirás solo y pobre”. Eso no pasaría. De hecho, Dalí no concebía el arquetipo de artista pobre, le gustaba vivir muy bien y no tener dinero le parecía indigno. Aguer recuerda que en «Vida Secreta», el pintor habla su llegada con Gala a Portlligat cuando no tenían dinero, decía que ella le comentaba “que nunca debían despertar piedad, sino llevar una vida un poco de cara a la galería, porque si no era todo muy mediocre”.
Oscar Tusquets, arquitecto y amigo del artista, comenta que era una persona de “una generosidad total. De todas las veces que fuimos a cenar, a veces éramos hasta 20 personas, siempre le vi pagar a él”. Prosigue contando que abonaba siempre las cuentas, excepto una vez “que pagó la señora Morse, una de sus mecenas, hizo ver que iba al lavado y pagó la cuenta. Ya en los postres, Salvador nos anunció que la señora Morse se le había adelantado”, recuerda Tusquets.
Al artista de le divertía que los demás le juzgaran por su supuesta obsesión por estas monedas, es más, hizo que se le conociera con el nombre de “Avida Dollars”, un apodo que le puso André Bretón cuando fue expulsado del movimiento artístico de vanguardia. Lejos de molestarse, Dalí se lo agradeció y lo tomó como un halago, pues en ese momento a punto estaba de partir a USA “donde querer ganar dinero es lo mejor que hay. Voy a triunfar con ese nombre”.
“Quienes le conocieron decían que desconocía el valor del dinero, nunca llevaba dinero encima, siempre mandaba pagar a alguien que le acompañara”, cuenta Aguer. “Solamente he visto a Dalí en una ocasión llevar dinero”, relata el arquitecto catalán, “un día que fuimos al misterio de Elche, llegamos al hotel, llevaba en los pantalones un paquetito con una goma elástica con billetes de 1000 pesetas”. Ha sido el mismo Dalí el que contaba, muy divertido y animoso, que un día en un taxi con Nelson Rockefeller llegaron a un hotel y al pagar ninguno de los dos llevaba parné encima. “¡Pero, cómo! ¿Tú no llevas dinero?”, parece ser que se dijeron el uno al otro.
¿Tenía o no tenía Dalí tanto interés por el dinero como quería hacer ver? Según Tusquets, el artista solamente “hacía un show de lo que le importaba el dinero, pero con los amigos era generosísimo. Le importaba en función de lo que le permitía hacer, pero no tenía interés en atesorar dinero, eso sí, Gala era otro mundo”, sentencia el diseñador. “Ella era agarrada, discutía las facturas, siempre tuvo complejo de rusa exiliada”, explica Tusquets, sin embargo Salvador, hijo de notario, nunca tuvo dificultades en aspectos de dinero”. Esto hacía que el tándem fuera complementario, ella llevaba la gestión de todo, era la realista y él, el imaginativo.
Cuenta divertido Tusquets que un día le preguntaron cuanto valía un cuadro concreto, él contestó: “500.000 dólares. Y le decían: “Pero señor Dalí, eso es muy poco. ¡Ah! ¡Entonces 5 millones!”. Un cero más o menos, igual daba. Le fascinaba el hecho de que sus compañeros le criticaran furiosamente por su relación con la riqueza, “hablaban de él como un loco” y eso, no le podía producir más placer. Hacía negocios ruinosos, cambiaba monedas de 10 por las de 5, según sus propias palabras, pero ¡cómo le gustaba la provocación! Total, él no gestionaba su fortuna.
Un Dalí ambiguo, siempre con una actitud que invitaba a la confusión, declaraba que solamente había creado un museo para “aumentar de una forma segura mi fortuna y la de mi país”. No confíen en sus palabras, si leyese estas líneas seguramente diría que no tengo razón en nada de lo que digo. “Si las cosas parecen demasiado claras en este texto, añada un poco de confusión”, diría.
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