Ya saben ustedes que de vez en cuando, los viernes, toca columna musical. Y más hoy, por San Valentín. Llevo tiempo intuyéndolo, pero ahora lo sé mejor que nunca. Estoy enamorado del dinero, de mucho dinero, de todo el dinero del mundo. Para mí tengo ya lo suficiente. Pero para otros, no. Todavía no.
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Por ejemplo, para los amorosos magistrados del Tribunal Consitucional que ayer dijeron que sí, que la reforma laboral es pasión legal pura. Y que lo de los salarios de tramitación, cornudos todos. Si a usted le pagan por ser despedido, ya es más que si les dan una tierna flor, que lo de los salarios es pedir de pobres, y así van ustedes a ligar poco.
Tengo tanto amor por el dinero porque quiero poder contratarlos dentro de unos años. Por el simple y mero placer carnal de despedirlos un mes más tarde. O tres. Sin mediar palabra y sin caricias de después. Que les escueza un poco. Tristes no creo que queden. Pero escocíos, me perdonen ustedes el vulgarismo, puede que sí.
Lo dicho, que soñar es gratuito. Incluso con la justicia poética. Tengan buen San Valentín. Y si conocen a algún togadillo de esos, pues nada, le den un beso de mi parte. Donde les plazca.