A veces me dan ganas de pasear por la carrera de San Jerónimo por saber si dentro se estila el acento venezolano. Por dos motivos: uno, la querencia que tienen todos los Gobiernos por el decreto ley, a lo Chávez, que sé que les escuece que se lo diga; dos, el soniquete de culebrón malo y precocinado que se gastan sus señorías al representar el sainete de la oposición indignada.
No sabe uno si, por ventura, el nombre del portavoz del Grupo Popular en el Congreso, Alfonso Alonso, sonaría más coherente siendo Leandro Alfonso Alonso de los Gomáriz, por decir algo que suene folletinesco. O si sería más lógico dirigirse al presidente del Gobierno llamándole Hugo Rafael Mariano Frías, por decir algo que suene a lo que viene antes de lo Maduro, y de paso le ponemos “verde” y le decimos “¿de qué vas, Nicolás?”.
Tanto restregarle por la cara al coletas de Pablo Iglesias sus contratos como asesor político con Venezuela y resulta que el diablo, que dijo un día el comandante, está en casa. En la carrera de San Jerónimo, aprobando decretos ley a punta pala con agostidad y alevosía, como hizo su antecesor Zapatero, y antes que él su antecesor Aznar, y antes que él su antecesor Felipe, y antes que ellos su antecesor común Panchito Pantanos, ya saben, el ferrolano bajito, calvo, con voz de pito y muy mala leche. Y me pregunto… ¿Dónde será, precisamente dónde, que he oído yo de un tiempo a esta parte eso de la casta?