Hace 42 meses se inició un fenómeno sociológico y mediático que fue noticia en medio mundo, en algunos casos a modo de ejemplo, y que tuvo como lugar en el kilómetro cero de las carreteras españolas. Quizá recuerden aquel episodio, que hoy se conoce como ‘Movimiento 15-M’.
A aquellos jóvenes y no tan jóvenes se les llamó de todo. Pero por resumir, a los más jóvenes se les llamó parásitos antisistema, y a los menos jóvenes se les llamó yayoflautas. Sin darse cuenta de que con ello se les refrendaba en sus razones: los primeros, porque enseñaban que nadie era antisistema, sino que el sistema era anticiudadano; los segundos, porque tomaron para sí el desprecio de quienes no ven más allá que la punta de su nariz, y se hicieron llamar a sí mismos yayoflautas, relegando a la condición de ridículo a quienes los juzgaban desde una posición de privilegio.
Y para todos ellos hubo una única sanción que se imponía como ejemplar: si quieren hacer política, que funden un partido y hagan como el resto, que participen, y que se presenten a las elecciones. Ironías del destino, 42 meses después un partido surgido de aquel Movimiento 15-M tiene contra las cuerdas a quienes despreciaron aquel fenómeno sociológico y mediático. Y buscan aliados de forma desesperada, como esas agencias de calificación de riesgos que agitan el fantasma de que la deriva política de nuestro país nos puede llevar al desastre. Así que, oigan, agencias de calificación: hagan como aquellos antisistema y aquellos yayoflautas. Funden un partido, y preséntense a las elecciones.