Cuando un marido obliga a una señora a quedarse junto a él, bajo el mismo techo, y bajo amenazas en caso de incumplimiento de sanciones, esa señora pierde cada minuto que no sale de su casa en dirección a comisaría, a denunciar al maltratador que tiene por compañero de vida.
Hoy esa señora maltratada se llama Alexis Tsipras y su marido maltratador se llama Ángela Merkel. La Unión Europea ha remachado durante el fin de semana su enésima operación de hipocresía, al declarar que no le gustaría que Grecia abandonara la eurozona, pero que si un potencial gobierno de Syriza no cumpliera con el programa de estabilidad, habría que echarlo del euro. Lo que es tanto como decir que la Europa de la doctrina del miedo solo acepta a los socios que se someten a unos dictados que están en las antípodas de demostrar su eficiencia económica.
Pero significa también más cosas. Significa que a los mandatarios europeos, con Merkel a la cabeza, la suerte de las personas que pueblan este continente avaricioso se la traen al pairo. Significa que les da exactamente lo mismo lo que manden las urnas, porque la suerte de cada nación está marcada de antemano: chantaje a base de rescates si salen los súbditos de Bruselas, y mano de hierro candente si se atisba una posibilidad de alternativa política y económica. Véanse mañana, que es festivo, algún episodio de la saga de El Padrino, que lo mismo lo que ocurre es que ahora Corleone habla alemán.