Me habría levantado del sofá, lo juro, para aplaudir el discurso de Rajoy en el Debate sobre el Estado de la Nación. Pero no lo hice por dos motivos: el primero, de carácter menor, porque no estaba sentado en ningún sofá del que pudiera levantarme. El segundo, porque el mismo Mariano lo chafó.
Querido presidente, no se puede ir de revolucionario por la vida, o de reformista que dicen ustedes los del centro, y al mismo tiempo envainársela en el asunto en el que le queremos empujando y mojándose de pies a cabeza. Es decir, toda la batería de medidas para fomentar el crecimiento, que están muy bien aunque usted sabe como yo que lo de antes ya nunca volverá, se va al traste si cuando toca hablar de corrupción usted se me achanta, que es lo que ha hecho.
Ha sido verle ofrecer el pacto a la oposición, confiando la suerte al número de luces verdes del panel electrónico de votación, y acordarme de la finura de morros que tenía su antecesor, que parecía que le pagaban por llegar a pactos. Ustedes mismos se lo afeaban entonces, no sé si lo recuerdan, porque aquello de pactar era de blandengues. Y ahora, en vez de prometer que meterá en el trullo a todos los mangantes que le rodean y que se lo tienen ganado a pulso, va usted y se me viste de Bambi. Como Zapatero. Esperaba más mano dura, y menos balbuceo, señor Rajoy.