Hay algunos burócratas que viven en el pleistoceno. Por ejemplo, los lumbreras que han tomado esa decisión de exigir a nuestros Erasmus un nivel mínimo de inglés si es que quieren hacerse la aventura del becario. Que tiene mucho de leyenda y bastante de heroicidad.
No sé si saben a cuánto le sale a un Erasmus la broma de vivir y estudiar en el extranjero. Como en tantas cosas de esa tan española, por desaguisada, Hacienda que nos gastamos, los dineros les llegan tarde, mal y con cuentagotas. En términos financieros, un Erasmus al que le vaya bien puede rondar los mil euros al mes. Pero en términos reales, un buen pellizco lo recibirá cuando vuelva, y la mayor parte cuando ya tenga controlado el idioma, el mapa de su barrio, los mejores viajes en clase de perroflauta y el alcohol de peor calaña que se pueda conseguir para las míticas fiestas Erasmus.
Y ahora nuestros burócratas les exigen que vayan sabidos de escuela con una de las principales enseñanzas que perciben: el inglés internacional, de calle, de tú a tú, de slang; el inglés que deja en mantillas al de academia. Así son nuestros burócratas, los mismos que están a las órdenes de dirigentes que no solo no tienen ni papa de inglés, sino que cada vez que tiran de voluntarismo hacen el papanatas más espantoso, como es el caso del matrimonio Aznar-Botella, cada cual en sus delirios de grandeza universitarios u olímpicos. Y ganando bastante más que un Erasmus, y mejor.