Yo me cuidaría muy mucho de correr para glosar las bondades económicas de la normalización de relaciones entre Estados Unidos y Cuba. No vaya a ser que en el afán por hacer la pelota, a alguien le pregunten si es que se ha tirado medio siglo haciendo el moña, hablando mal y pronto.
Dicho de otro modo. Que lo que no puede ser que hasta ayer era malo malísimo hoy de pronto sea un abanico de esperanzas y oportunidades. Más que nada porque los hasta ayer más férreos defensores del bloqueo eran también los más firmes defensores, de boquilla como siempre, del libre comercio. O se está en misa o se está repicando, pero justificar un bloqueo en nombre de la democracia y a la vez presumir de liberal pues oiga, no. No es solo que sea incorrecto: es que también es feo y además se nota, porque por el mismo motivo habría que haber comerciado con China con más remilgos.
Me imagino las caras de algunos matones de barrio del discurso político anteayer por la tarde, descompuestos, pensando en aquello de que a quién le venden ahora su burra particular de centrar todos los demonios en Cuba. Yo ayer ya les dije que deseaba todo el sufrimiento del mundo para los hermanos Castro, así que no necesito retratarme de nuevo. Pero los que fían todo al miedo al ogro cubano (o venezolano, o el que se ponga de moda), tienen una papeleta difícil de enmendar. Su primo de Zumosol, el del Capitolio, les acaba de dejar con las vergüenzas al aire. Por mucho tiempo.