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Cuando un bar es más importante que una planta energética

Cuando se cierra la escuela de un pueblo aflora el cáncer maligno que se padece, cuando cierra el bar se certifica que la metástasis ya es terminal e irreversible. Su clausura liquida la poca relación comunitaria existente, hace de los vecinos cercanos habitantes ausentes y la desconexión entre las personas propicia toda clase de tropelías de caciques, politiquillos amaestrados y aprovechados desaprensivos.

La España urbana mira de reojo al medio rural y piensa que no le queda más remedio que cargar con ese pariente enfermo, pobre y protestón. Entiende que las soledades interiores son una rémora que nada aportan a la nación, en un seguidismo ciego a la doctrina imperante de que un país guay solo se hace estando al loro en el foro entregados al maná de la new technological age.

Nada más injusto que un país de paletos de reciente hornada, pasando de sus compatriotas venidos a menos que resisten heroicamente en el duro pellejo de la Hispania miserable. Saben, si acaso, que de ahí vienen gran parte de los alimentos pero no se cortan en reprocharles la carestía de las patatas cuando montan las tractoradas en la tele, en olvido de que esos infelices apenas perciben una parte ínfima del precio final del producto.

No menos miopes son los poderes públicos que únicamente se acuerdan de ellos cuando truena. Tormentas cíclicas y puntuales que surgen cuando ciertas formaciones políticas, heraldos de cabreo provinciano, les hacen pupa electoral hasta complicarles las mayorías. Aún así esas borrascas se quedan en nada, los seducen con el apaño de un alpiste coyuntural sin abordar las soluciones estructurales que nunca llegan.

Ese mundo de paso que dormita en nuestra geografía radial entre las irresistibles llamadas de la capital y las costas bendecidas cobra actualidad raramente, ahora le toca vivir un saqueo consentido. Nada ilustra mejor este momento que la memorable escena de la película “Lo que el viento se llevó”, cuando tras la quirúrgica devastación del General Sherman aparecen los especuladores a esquilmar el territorio indefenso y desolado.

Esa nueva fauna oportunista son los cuervos energéticos que campan a sus anchas en tierras sin amparo y donde es posible cargarse trozos de la mejor naturaleza tomando cuatro copas con un pedáneo listillo. Lo dijo la noche de los Goyas el triunfador Sorogoyen: Energía eólica sí, pero no así.

El Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico es cajón de sastre que engloba la Energía, y como le ha tocado elegir no ha dudado en dejar dañar el medio con tal de producir kilovatios verdes. La ineficacia pública para dar salida diligente a las concesiones administrativas, les ha llevado a atajar el atasco con el dislate de eliminar las evaluaciones del impacto ambiental abriendo el melón a la depredación sistemática.

Nada de esto pasaría con un medio rural vertebrado e integrado en el reto energético. Sabiendo que la responsabilidad solidaria con la nación será recompensada con beneficios a la comunidad y evitando las agresiones ambientales. Una lógica que precisa de operadores serios identificados con un proceder ético y colaborador que expulse a quienes prefieren la barra libre y seguir el instinto carroñero que la jungla propicia.

Cuando esta cucaña dislocada tome cuerpo definitivo y la piel de España ya sea un mosaico de retales de chatarra renovable será muy tarde para reaccionar. Entonces desde el repelús nos doleremos porque el inmediato pasado se haya llevado por delante vegas fecundas, viñedos centenarios, bosques milenarios y entornos que fueron santuarios de la biodiversidad.

Mientras el poder político, sea cual sea, no vea el medio rural y natural español como una oportunidad dejando de percibirlo como un problema, el verdadero problema es ese poder. Hay más futuro y posibilidades reales en los desiertos meridionales, en los páramos de las mesetas, en los secarrales levantinos y en las estepas del occidente que en la mayoría de las urbes de la España optimista que les desprecia.

Hay que poner el talento a trabajar para transformar la resignación en grandes proyectos de país. Empeño en el que está implicado un grupo de expertos independientes que tiene avanzado un macro plan de programas concretos que pronto saldrá a la luz y demostrará que el hermano pobre y enfermo tiene envidiables expectativas y goza de buena salud.

Hilvanando con el comienzo. Mal asunto si la despoblación cruza el punto de no retorno que está muy próximo. Los resistentes del campo precisan, más que asediarlos con placas y molinos a mogollón, mantener vivos sus nexos comunitarios y eso se logra en gran medida evitando el cierre de un solo bar de pueblo más, aunque sea subsidiándolos. Diré más, debería facilitarse la reapertura de los cerrados mediante ayudas públicas. Se despilfarra sin duelo en otras cosas más caras y menos importantes.

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