Como dijo el poeta, “tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace…” una clase política que tan sólo aspire a lo que han representado las dos personas de la vida pública, junto a Santiago Carrillo, por los que he sentido más respeto en mi vida: El presidente y protagonista de la Transición Española, Adolfo Suárez, y el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna.
En tres días, hemos perdido a ambos políticos, con ideologías, trayectorias y perfiles muy diferentes, pero con una grandeza común para la política. Valientes, incómodos para los suyos y especialmente para LOS MALOS (etarras, corruptos e indecentes), carismáticos, afables y que nos dejan un legado intachable de lo que, en realidad debiera de ser, un representante público o institucional, más preocupado por el bien común que por los fondos propios.
La vida personal fue terriblemente dura con ambos políticos. A diferencia del presidente, el alcalde de Bilbao, al menos, pudo morir con las botas puestas. Ambos, que sufrieron la deslealtad de los suyos, en el caso de Suárez, y el distanciamiento, para Azkuna, de las siglas que tan dignamente representó, son ahora el ejemplo a seguir por todos aquellos que jamás siguieron su trayectoria, ni gallardía, ni una forma de gestionar que muy poco tuvo que ver con los intereses personales.
El presidente y el alcalde sabían que un porcentaje importante del voto y respaldo social recibido no tenía que ver con su partido político. Personas de otras ideologías les votaban, les querían, les saludaban por la calle y les mostraban su absoluto respeto. Me emociona ver la respuesta social tras la muerte de ambos. Pero me hacen sonrojar las declaraciones de la mayor parte de los representantes de la vida pública de nuestro país sobre ambos políticos.
Tenemos una tendencia a no contar la historia como es, sino como nos hubiera gustado que fuera, especialmente con respecto a nosotros mismos. Ahora todos querían a Adolfo Suárez, le apoyaron en lo que pudieron y le respetaron como a nadie. No estoy autorizada aún a desvelar, gracias al testimonio de personas que sí fueron muy leales al presidente –pocas muy pocas–-, detalles que no cambian el rumbo de la historia, pero que sí pondrían a cada uno en su sitio.
Pero Suárez, que es el presidente de la Democracia que tuvo que hacer frente al látigo de ETA en su etapa más sangrienta, a una crisis económica y revolución laboral sin parangón en nuestro país, el mismo que legalizó el PCE y por ello levantó los cimientos y sentimientos más irrefrenables de quienes entonces –muchos más de lo que ahora parece- querían que todo siguiera como hasta ese momento, se vio en la más absoluta soledad.
Ninguno, repito, ninguno de los “grandes hombres de Estado” que ahora le conceden premios y reconocimientos, que lloran en público y llevan corbata negra, estuvieron a su lado en aquellos trágicos momentos de su vida política.
También es verdad, que el presidente de la Transición superó en lo personal aquella situación, perdonó, volvió a tener un acercamiento con instituciones y políticos y que, de no haber sufrido el golpe de la enfermedad y fallecimiento de sus seres más queridos, y especialmente el mazazo personal del Alzheimer, hubiera ocupado un lugar de honor en la vida pública española.
A Azkuna, por su parte, hay que agradecerle que haya convertido a Bilbao en una ciudad del mundo, orgullosa de sus orígenes, pero especialmente que mira con esperanza el futuro. Un ciudad acogedora, moderna, emprendedora y, como él, muy valiente. Y todo esto sin perder una pizca de bilbainismo y, sin necesidad, de vender su alma al diablo. ¡Qué grandeza la de Azkuna! Cuanto ha sufrido ya desde su silla de ruedas, cuando la enfermedad lo tenía consumido, sin dejar sus obligaciones como primer edil de la única ciudad de Europa que ha sabido hacer una transición del XIX al XXI, sin apenas pasar por el siglo XX.
La izquierda, la derecha, el centro y los que no son nada de todo esto, sabemos que hoy tenemos una referencia en Suárez y Azkuna. Y, mientras, casi sin darnos cuenta, buscamos un sustituto que nos ampare en la clase política actual. Alguien habrá, seguro, pero, desde luego, no son ninguno de los que llevan horas hablando de dos grandes hombres a los que no les han llegado ni a la suela del zapato.
Suárez y Azkuna demostraron que las personas están por encima de partidos y siglas. Ellos, desde luego, representaron con honor el papel político que les tocó asumir. ¡¡¡Qué grandeza, ante tanto miserable!!!
¡¡¡Gracias presidente y alcalde!!! ¡¡¡Eskerrik Asko!!!
María José Pintor, periodista