A ver si me da tiempo a contarles en un minuto el caso de mi amiga Ángela, porque creo que vale la pena. Mi amiga Ángela está la pobre que no llega a fin de mes. Es la vecina más rica del vecindario, y en la última reunión de vecinos nos convenció para que despidiéramos al portero, no les digo más.
El caso es que mi amiga Ángela es de las que piensan que para pagar las muchas deudas que todo hijo de vecino tenemos, lo que hay que hacer es ahorrar en todo, hasta en lo básico. Así nos hemos ido quitando de la luz, del agua y del gas en los últimos tiempos. Siempre ha dicho que cenar frío, a la luz de las velas y manchando poco es la mejor manera de mantener el bolsillo amarrado. Lo que sucede es que mi amiga Ángela se gasta los cuartos en otra cosa. Por ejemplo, en ayudar a los que le financian la deuda prestando dinero a un interés menor del que se lo cobran a ella.
Que así visto, oye, cualquier opción es legítima. Como ella ha sido siempre la ricachona del vecindario hasta ahora habíamos callado por prudencia y por respeto. Pero la verdad es que empezamos a plantearnos darle una patada en el mismísimo trasero, porque depués de tanto predicar nos ha dicho que este mes se va a pique. Y claro, mientras los demás nos hemos apretado el cinturón con lo que no teníamos, ella mal que bien ha ido tirando. Así que no sé ustedes, pero les digo que mis vecinos y yo la vamos a mandar de paseo, a la Merkel, mi amiga Ángela, a la voz de ya.