Estamos a tan solo unos días de las elecciones y unos y otros andan quemando las naves porque saben que después del domingo no hay camino de retorno. Si mientras tanto cae un cónsul en Londres o te afean haber llamado feo a un futbolista, ajo y agua. Es la guerra.
Gane quien gane, tampoco tienen mucho que perder. A fin de cuentas es la misma casta repartida en dos siglas más o menos repetidas a lo largo y ancho del continente. Una casta que tiene muchos cadáveres que ocultar, como los que se amontonan en la Facultad de Medicina de la Complutense de Madrid en otra muesca más de ese caos administrativo tan español, alimentado por esa voracidad tan de lobo de ahogar al sector educativo hasta que de él no queden ni las simientes. ¿Habría habido mucha diferencia con un socialista con mando en plaza en la capital? Permítanme dudarlo.
De todos los cadáveres que el bipartidismo oculta, sumando mugre y putrefacción, uno de los que más apesta es el de la hipocresía en forma de cartera de Economía, ya sea local, regional, estatal o europea. Las mismas entidades que un día son endiosadas y veneradas, se ven sometidas otro día a la acusación de haber manipulado el Euribor. La Justicia, que actúa, pueden pensar ustedes. Para mí no es más que una orden de reasignar a los privilegiados del chiringuito. La diferencia entre algunos de ellos y los narcos es que no venden sustancias ilegales. Pero sí pueden ser económicamente tóxicas.