Muy interesante, pero mucho y de veras, es lo que empieza a pasar con el asunto griego. Atribuyen a Gandhi aquella máxima de que si quieres cambiar el mundo, empieces por ti mismo. Y en eso están en Atenas y en Bruselas, que después de mucho enseñarse los dientes, empiezan a comunicarse.
Aunque no sean más que unos ladridos, por seguir con la metáfora canina, al menos hay movimiento. Los detalles de lo que unos y otros empiezan a proponer es mejor seguirlos en la única prensa que sigue funcionando con algo de seriedad: la económica; este no es espacio ni hay aquí ocasión de desgranarlo, pero se resumen en lo que todo el mundo podría saber con ponerle un poquito de sentido común: que aunque los gobernantes suelen adolecer de una miopía institucional considerable, a nadie en su sano juicio le interesa un choque de trenes.
Sirva esta situación para darle una lección a, al menos, tres grupos de ideólogos de barra de bar… o de tertulia televisiva. El primero, los partidarios de darle leña al mono hasta que cante, porque se les ha pasado el arroz y la Historia siempre los desacredita. El segundo, quienes dan palmas con las orejas para que todo fracase en Grecia y eso les sirva para seguir espoleando los fantasmas de la única España de la que son patriotas: la de la resignación. El tercero, para quienes no han roto el cascarón de la inocencia de la política. Esto es poder, y en el poder, como en la guerra, todo vale.