Dicen que las guerras empiezan en verano. Y la verdad es que suele ser así. Esta guerra empezó hace mucho, mucho tiempo, tanto que los expertos no se ponen de acuerdo en cuándo fue exactamente. Unos ponen su inicio en 1948 con la definitiva creación del Estado de Israel tras la Segunda Guerra Mundial y el holocausto nazi; otros lo sitúan en la Primera Guerra Mundial cuando los británicos prometieron la misma tierra a los sionistas y a las tribus árabes opositoras al califa otomano; otros, en fin lo retrotraen al enfrentamiento entre David –en aquel momento un simple pastorcillo del pueblo de Israel— y Goliat –un gigantón filisteo, es decir, philisteo, esto es palestino—. Dejemos la cosa del inicio en la instalación de un Estado nuevo en un territorio donde ya había habitantes que se regían por unas normas distintas a las que se empezaron a imponer desde ese momento.
Este episodio de esta guerra interminable comenzó abruptamente tras el secuestro y asesinato de tres jóvenes judíos. O no. Me explico, esa es la razón principal que se esgrime; pero no parece razonable pensar que esa sea realmente la motivación más profunda. La prueba nos viene del propio libro sagrado de los judíos: “ojo por ojo, diente por diente” (Lv 28, 19-20). Esa Ley del talión, antiquísima, compartida por otras tradiciones mesopotámicas, supuso un freno a la venganza, a la barbarie de la sed ilimitada de sangre: el fin de la venganza viene dado por la satisfacción de la justicia, por el restablecimiento del orden; no se puede ir más allá. Esta teoría, aplicada a la práctica de este caso sería “a tres jóvenes israelíes muertos, tres jóvenes palestinos muertos”. Sin embargo, la realidad es que se ha lanzado una campaña feroz y desproporcionada no contra los palestinos sino contra Hamas en Gaza. Este es un matiz importante, aunque en las conversaciones de paz auspiciadas por el Cuarteto –gracias, Blair— se sienten Netanyahu y Abbas, Primer Ministro israelí y Presidente dela Autoridad Nacional Palestina respectivamente.
¿Cuándo parará su ofensiva Israel? Cuando haya alcanzado sus últimos objetivos militares. ¿Quién puede ponerle freno? El Papa Bergoglio no, como lamentablemente hemos visto. Hay que trabajar por la paz, siempre, aunque parezca que es en vano; hay que sembrar siempre y regar con momentos y gestos de paz este campo yermo de guerras. No sobran los gestos, hay que reforzarlos y repetirlos, a ver si a fuerza de eso mismo nos lo creemos todos y transformamos la realidad. ¿Puede EE.UU. calamar a su aliado preferencial en la zona? Que se lo pregunten a John Kerry –a la sazón secretario de Estado de EE.UU.—, si piensa realmente que tanto viaje a la zona y a Egipto le merece la pena.
El 23 de julio salió un competidor sorpresa en esta carrera por pedir a Israel el alto el fuego –única opción militar estratégica posible hoy por hoy—. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU, un “organito” dentro del complejo entramado del sistema ONU, ha pedido muy seriamente a Israel que pare sus ataques aclarándole que está cometiendo crímenes de guerra, que está violando el Derecho Internacional Humanitario. Si no lo llegan a decir ellos, nadie se habría dado cuenta. Sarcasmos aparte, está bien que lo digan y hay que valorar que la ONU, aunque no haya sido en el lugar que de verdad importa –el Consejo de Seguridad—, ha alzado la voz contra el intocable Israel y lo ha hecho con contundencia. En esta ocasión, el voto de cada uno de los 47 Estados miembro ha valido exactamente lo mismo, sin posibilidad de veto, por lo que la clara condena contra la acción de Israel ha sido firme.
Israel tiene derecho a protegerse de los terroristas de Hamas pero no a cualquier precio, especialmente si ese precio se llaman “civiles” y menos si son “niños”. Si los terroristas les emplean como escudos humanos eso es cosa suya; para eso Israel es un Estado serio y debe ceñirse a las reglas del juego; entre ellas, no masacrar civiles no combatientes
Prof. Antonio Alonso, Universidad CEU San Pablo