Pues mire usted qué bien. Resulta que no es solo aquí, que en Francia también. Se han llevado al presidente a un programa de televisión y lo han acribillado a balazos verbales. Y monsieur Hollande ha salido por donde creíamos que salen solamente los nuestros: por peteneras.
La entrevista a Hollande se resume de un tirón: voy a seguir, dice el elemento del Elíseo, con las reformas. Que ya saben que cuando uno de estos habla de reformas lo que está diciendo es que va a seguir doctrinas que nada tienen que ver con lo que figuraba en el programa por el que se supone que sus conciudadanos le votaron para gobernar. El incumplimiento de los contratos entre los mandatarios y los administrados es tan global y tan sistemático que parece mentira que a los primeros se les otorgue el poder ejecutivo. Deberían llamarlo el poder ejecutor.
Pero si hay algo divertido por sobre todas las cosas es ver a quienes se tienen por respetables figuras públicas sacando los pies del tiesto y mostrándose enojados, infinitamente humanos, y con los mismos aspavientos que cualquier hijo de vecino. Como cuando Hollande reclama, como reclamaba ante los espectadores, que su primer ministro Manuel Valls no ha tomado una sola decisión que él no haya autorizado. Él personalmente. Como si eso importara. Lo que importa es otra cosa. Es si figuraba en su programa electoral o no. Y si figuraba, adelante, campeón. Y si no, artista, vete y cede el testigo.