La emisión del último ‘Salvados’ de Jordi Évole, que se ha convertido en un fenómeno de masas a pesar de su profesión, me deja con la duda razonable de si en la lucha contra las drogas no se hace más por una cuestión de voluntad, o directamente porque interesa mantener vivo el negocio.
La primera tesis, la de la voluntad política, es la que defiende Roberto Saviano, el autor de ‘Gomorra’ condenado a muerte por la Camorra napolitana. Tengo a Saviano como un antecedente de los Assange y Snowden de nuestros días, un tipo decidido a contar la verdad sea cual sea el precio que haya que pagar por ella. En su último libro afirma que el negocio de la cocaína gobierna literalmente el mundo, pues no existe actividad económica estratégica en la que no podamos encontrar el rastro del dinero fácil y rápido que supone el tráfico de drogas a escala mundial.
La segunda tesis, la de que la propia droga es en sí un sector económico estratégico de los Estados, es la que apunta el ex testigo protegido Manuel Fernández. Habrá quien piense que se deben tomar con pinzas las palabras de alguien que hizo de este negocio su modelo de vida. A mí, en cambio, me resultan más creíbles que las de nadie. A fin de cuentas, a él ya le ha sentenciado a muerte el Estado tras retirarle la protección. Solo le queda que los capos acaben con su vida. Y, mientras, contar lo que sabe, y acusar a los mismos que canjearon su silencio por la Justicia. Es un prisionero de guerra que sabe más que ningún catedrático sobre el olor a corrupción de las cloacas del Estado.