Por si nos quedaba alguna duda, el ministro del Interior, Jorge Fernández, nos está demostrando que un representante público no tiene por qué tener una motivación estrictamente democrática. No importa que haya ciertas veleidades dictatoriales, incluso si despiden tufillo rancio y golpista.
Dice su Ministerio que bueno, que vale, que tampoco se pongan así los críticos con el borrador de la Ley de Seguridad Ciudadana. Que a lo mejor puede que se les hayan escapado ciertos reflejos del pleistoceno, de cuando las cosas se decidían en función de quién tenía el palo más gordo y más afilado. Pero que para eso están las instituciones del Estado, desde la Justicia hasta los partidos políticos, para vigilar cuándo algo se salta a la torera a esa Constitución con la que dicen gobernar, pero que no tienen problema en desvirgar si les dan vía libre con la tentativa.
Porque de lo que estamos hablando es de eso y no de otra cosa. Estamos hablando de que modificar un texto legal por la oposición de los elementos de mayor peso jurídico, es tanto como que si nadie amenaza con montar un cirio, aquí se legisla lo que venga en gana. Si cuela, coló. Y me parece profundamente irónico que esta ley, que es una patada en la boca a la democracia, persiga a aquellos a los que se llama antisistema y perroflautas, cuando en el origen de la concepción lo que hay es una violación flagrante del sistema de convivencia democrático, para dejarlo hecho unos zorros.