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Navaja salarial

Es difícil poder hacerse un juicio sobre la negativa de los suizos a contar con el salario mínimo más alto del mundo. Ayer lo oía de refilón en una tertulia en la que se cachondeaban de los helvéticos por cenutrios, pero eso es tan evidente y tan fácil, que bien me digo: eso no puede ser, ha de ser otra cosa.

Detrás de ese voto puede que haya algo tan de cajón como hasta la fecha poco europeo: la victoria de la idea social de que ya somos todos mayorcitos y de que aquí cada cual se busca la vida como mejor puede, la derrota por KO técnico al Estado asistencial y paternalista, que ha de buscar la igualdad de oportunidades no por la vía de la regulación de la actividad empresarial, sino mediante el impulso desde el poder público de una competencia bien entendida. Que no es que Suiza me parezca la meca de una política responsable, pero es que si no es esto, ustedes me contarán por dónde respira el tema.

Mucho ojo de los Pirineos para abajo con la interpretación de estos asuntos, pues mucho me temo que una gran mayoría de los que aquí celebran el resultado de esta consulta, se desharían como una magdalena en un café si se les preguntara por la posibilidad de un referéndum ciudadano de este calibre. La madurez política de un país se demuestra también con este tipo de iniciativas. Lo que no vale es celebrar lo de los suizos sin esa reconversión mental para la clase política española, que pasa por tener el coraje de empezar a consultar a los ciudadanos algo más que una vez cada cuatro años.

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