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Ojo, cleptocracia, mucho cuidado

En las culturas rudas y de dejarse la piel en el campo de batalla, la resistencia es el premio obtenido por quienes padecen dolor una y otra vez. A base de golpes se forjan los guerreros más férreos, y también los más fieros. Tanto sangres, tanto dolor causarás el día de mañana entre las filas enemigas.

Eso podría decirse de la sociedad española. Acostumbrado por una sobresaturación de casos al gusto por lo ajeno de la mayoría de nuestros dirigentes, o al menos de los más expuestos, el español medio podría pasar por un ser entre indolente, lobotomizado y narcotizado, que no profundiza en la esencia de los escándalos que nos sacuden a diario como país. La prensa rosa del caso del pequeño Nicolás importa más, aparentemente, que los gravísimos agujeros de la seguridad nacional que lo hacen posible. Y tiene más tirón popular que el juez le busque las cosquillas a Blesa por sus cuentas en el extranjero, que el hecho gravísimo de que tanto él como Rato hayan gozado de prebendas y caricias en los altares de la economía y la política, que a cualquier español de a pie le serían negados.

Ahora bien. Ojo, cleptómanos. Ojo, dirigentes. El castigo permanente al rival, es decir a su rival, al ciudadano, no solo crea soldados fieros y obedientes. También crea, y a partes iguales, una plebe resentida, una ciudadanía alerta y un trasfondo político que remueve los cimientos más poderosos. Cuanto ni menos los suyos, los de la cleptocracia, que se asientan en la podredumbre. Tengan cuidado, que se están cavando su propia tumba.

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