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Otro cuento ruso

Es posible, incluso probable, que haya quien se tome en serio lo de la crisis del rublo ruso, que indague en las raíces económicas de una tormenta financiera que deja en mantillas a cualquier especulación de andar por casa, y que trate de explicar las variables de esta crisis.

Si no hubiera sido porque estamos curados de espanto, hasta podríamos pensar que la devaluación de la moneda rusa tiene algo que ver con alguna de esas majaderías que los economistas bien pagados por el régimen de turno alimentan para escarnio del sentido común: que si un apalancamiento de fulanito tal, que si un Índice de Producción Industrial de pascual, o que si una tendencia deflacionista de lo primero que se me ponga a tiro. La prueba está en que la mayoría de “expertos”, con comillas y con pinzas lo de expertos, lo ligan a la bajada del precio del petróleo, que como ya les expliqué hace unos días es otra patraña de esas tan burdas que es para llorar de la risa de aquí a la tumba.

No se lo crean. Nada de lo que les cuenten de este tema es cierto. Por detrás hay cualquier interés, bueno, malo, regular o necio, cualquier cosa menos una cuestión verdaderamente económica. A Rusia, y especialmente a Putin, hay que seguir dándole en el hígado hasta que escupa bilis y rinda los tributos que Occidente considera todavía deudas del ogro post-estalinista, o hasta que deje de jugar a ser el Robin Hood de los asiáticos emergentes. Es geopolítica, estúpido, no economía.

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