Otro fracaso climático

Se han pasado 2 semanas discutiendo, 14 días con sus noches y sus todo, y según sabemos lo han hecho para más bien poco. 193 países se han vuelto a juntar para hablar del cambio climático, y han llegado al resultado de siempre: que hay que ver cómo hacemos para que no se nos vaya de la manos.

Si algunas cumbres se muestran verdaderamente inútiles con el paso de los años, son precisamente las que tratan de frenar el cambio climático. Es el precio a pagar por haberse convertido en una cuestión políticamente correcta, en la que todos se quieren apuntar el tanto pero nadie quiere ser el primer pringado de poner en marcha medidas efectivamente correctoras. Por eso son cumbres con tanto relumbrón, con tanto primer espada de aquí y de allá, que duran tantos días, y en la que nadie escucha a nadie porque ningún dirigente se va a comprometer en nada. Es pura fachada.

Para eso, nos ahorraríamos todos en gastos inútiles de representación si cada ministro o responsable institucional dijera desde su país algo así como “no voy porque en el fondo no me interesa; cuando esto reviente yo ya estaré en el hoyo así que el marrón que lo arreglen los que vienen detrás, que total a mí ya no me pilla”. No nos engañemos. La conciencia ecologista y ambientalista no procede precisamente de los pasillos de los congresos para acallar conciencias. Proceden de movimientos sociales a los que nunca se les da vela en estos entierros. Porque, en el fondo, lo que digan no le importa a quienes toman las decisiones.

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